AL SON DEL TEXTO

Al son del texto

Tina Rodríguez

No deben ser pocos los que calculan que el aguinaldo no les va a alcanzar para mucho que no sea pagar algunas deudas y puede que algún lujito en navidad.
La realidad es que la condición laboral no es buena en el país, con esos mínimos de miseria que no alcanzan para la vida diaria, y que, si no hay otro en casa que labore, nada más no alcanza para solventar la demanda de la familia al mes.
Generalmente la pareja labora, y resuelve en la medida de lo posible sus requerimientos, incluso con venta independiente de muy diversos productos a pagos quincenales, sin regulación fiscal, por supuesto.
Pero elevando el discurso, se habla de mejorar la situación de los mexicanos con un aumento de cuatro pesos al salario mínimo, propuesta hasta insultante cuando un solo producto sube cinco de un día para otro, y desde luego, con la ayuda del incremento a combustibles y energéticos, pues “ menos mejor” le va a los trabajadores como les dicen “de mostrador”, que para colmo no tienen derechos laborales y ni seguridad médica, porque hasta eso le escatiman los empleadores, y más ahora con ese método denominado “outsourcing, que es en realidad una subcontratación por parte de una empresa que presta servicios a una principal; esto es que la que paga tiene la responsabilidad con la intermediaria, no con los contratados por ésta.
La cuestión es que el trabajador sigue en una desventaja tremenda para desarrollarse; su crecimiento es extremadamente lento y difícil; trabaja treinta años para una casa y un auto, para tener lo necesario de modernidad en casa, las más de intereses social, muy pequeñas, casi de hacinamiento en caso de más de dos hijos.
Desde 2014 el gobierno federal empezó a hablar de reformas estructurales, y que para 2016 se reflejarían en la economía de las mayorías menos favorecidas.
No ha sucedido así y la resultante es la poca credibilidad de la ciudadanía en las versiones oficiales, esto es que la clase política no tiene crédito ante la opinión pública y los partidos ante los electores.
Esto se vuelca en inconformidad social que no ha llegado a la irritación, pero también en el abstencionismo, que sigue creciendo restando legitimidad a los triunfadores en los comicios.
Hay un México incrédulo en sus gobiernos, en sus representantes populares, en sus organizaciones políticas y aun a buena intención, cualquiera que defiende al gobierno o a alguno de sus integrantes, es considerado un vendido, y ya en el insulto un arrastrado.
A eso se ha llegado o más bien, se han colocado los propios gobernantes, dirigentes de partidos, representantes en la vida pública.
Ante el reclamo de algunos extremos, en que la sociedad despierte, esta lo hace a su modo, demostrando en encuestas y resultados electorales, su desacuerdo, de manera moderada si se quiere, pero permanente, y aun con eso esa clase política no reacciona, está en las nubes, en la demagogia, en la explotación de la pobreza, en el festín presupuestal.

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