OPINIONES

El Palo que Habla

Jorge Mandujano

Mi Reino por una nica de peltre

Se trata de meterse bajo la regadera. Bañarse bien, como lo demanda un restorán gourmet. Vestirse con el pantalón que la Pascuala —con todo y su diarrea—, planchó antes de irse, bajo la guayabera de lino italiano que hace meses no te ajustas.
Se trata de estar bien con la mujer que amas, con todo y los desencuentros. Respetar su trabajo sobre las teclas de una máquina que, aunque pequeña, no ha dejado de ser solidaria. Aguantar una posible respuesta mientras has decidido meterte, una vez más, bajo la regadera porque has olvidado lavarte las orejas. En fin, de todo eso se trata.
Lo llamaban “bacinus” (bacín en lengua castellana), considerándose el orinal o bacinilla a un “bacín bajo y pequeño”. En España se conservan ejemplares de cobre y de plata del siglo XVI.
Una forma peculiar de orinal, el bourdaloue, fue diseñado específicamente para las mujeres. La forma rectangular u ovalada del recipiente, con un frente más alto, permitía a la mujer orinar en cuclillas o, incluso, de pie, con cierto riesgo de error y de ensuciar la ropa.
El término bourdaloue, al parecer, proviene de la anécdota relacionada con el sacerdote católico francés, Louis Bourdaloue, aficionado a dar sermones tan largos que las damas de la aristocracia que lo escuchaban hicieron que sus servidumbres pusieran dichas vasijas bajo sus vestidos, para poder orinar sin tener que irse antes de terminar la misa.
Del restorán gourmet, la homilía del sacerdote allá, en el nebuloso Montparnasse, saltamos a las calles de un África en América, decretado por ellos, los chinches europeos. Por qué no van y mingan a su chadre, diría Monsiváis: aquí no es el África ni la Venecia zoque (aunque sólo las góndolas le faltan). Estamos en Tuxtlita La Bella. Nos trazamos sobre vallas de ropa y ollas y vasos y banderas tricolores porque ya es septiembre; molinos y contenedores, lecheros preciosos, pero jamás sobre la posible ruta que nos lleve a una bacinica de peltre.
Entonces, tal cual “amante bandido”, sugiero el interior del Mercado Viejo. La dama decide lo contrario. Y avanzamos sobre la Calle Central hasta la “Séctima Sur, del lado derecho” (dice el poli) hasta la eternidad, pues. Y entramos y salimos a tiendas buscando la bendita bacinica de peltre. Y avanzamos con la factura en la mano de una lluvia que amenaza con meternos en una sala de espera.
Henos aquí.
Ahora suena, en versión de salsa, “Tú sin mí,” de Dread Mar I, y la desdichada bacinica no aparece, al menos en versión de peltre.
La tarde avanzó bajo un cielo azul cargado de esperanza. La amenaza de lluvia había sido “cancelada cancelada cancelada” por el señor cuyo brazo iba vacío y cuya expectativa comenzaba a trazarse sobre estadios de franca incertidumbre. La dama sigue molesta: “bien brava”, advierten las locatarias.
Echarse un pedo sobre la bacinica no es nota. Hacerlo, verlo u oírlo, sí, sostiene el taxista, que ahora ha entrado en abierta complicidad al festejo por nuestra hazaña:
¡¡¡Que viva la Cristalería Monterrey!!!, por habernos dado el salvoconducto para, al fin, ir a comer a Las Pepitas, ya con la bacinica de peltre para la Pascuala entre las manos.
Al teléfono, la tía Luchita: “Dile a tu mujercita que quiero dos iguales… de buen tamaño”.
Voz en off
“Los desastres naturales no existen. Son desastres socialmente construidos. ¿Fue culpa de la lluvia derribar las construcciones que se hicieron sobre la orilla de los ríos y arroyos?…”
Enrique Alfaro, en Facebook.

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