OPINIONES

Tías, segundas madres

En estos recientes días me ha venido frecuentemente a la mente, la imagen de mi tía Ramonita. Mujer de cuerpo menudo y cara perfecta de tez clara, cabello castaño y ojos verdes, nariz respingona y boca pequeña. A veces dulce y más cuando a las cinco de la tarde ofrecía a sus sobrinos un bolillo con una tableta de chocolate a manera de merienda. Otras, adusta, cuando alguna travesura o comportamiento de sus pequeños no le parecía bien.
Parecía frágil, pero era muy fuerte. Su menuda figura no delataba la fortaleza física, emocional y espiritual que tenía. La muerte de sus hermanos y de un sobrino en España, así como de amigos, las aguantó con estoicismo y sin derramar una sola lágrima, por lo menos en público, no sé si en la soledad de su habitación también.
Excelente cocinera nata pero también graduada con uno de los mejores chefs franceses de su época. Cualquier alimento lo convertía en un manjar.
Sus tortas de pollo con aguacate y aceite de oliva eran imperdibles los domingos por la tarde, después de haber reunido a los miembros de la familia 10 en total, cinco adultos y cinco niños, en el impecable comedor de su casa, para degustar de una comida gourmet que ella preparaba con esmero durante toda la mañana de este día festivo.
Preparaba huevos rellenos condimentados con mayonesa que ella misma hacía y una gran cazuela de barro con callos a la madrileña, (no sabía que era pancita, en cuanto supe, dejé de comerlos) una delicia de delicias previamente una sopa de gota o de cebolla y para culminar de postre natillas o leche frita o torrejas y alguno que otro chocolate suizo de su elegante caja que mensualmente le obsequiaba un amigo de aquellas tierras. La comida acompañada con vino tinto español y como digestivo un coñac francés, claro, los niños no tomábamos ningún licor ni siquiera el anís del mono. Qué agradables tiempos aquellos.
Otros domingos había paella, decía que no llevaba chorizo ni salchichas porque arruinaba el sabor de los demás ingredientes de este platillo valenciano.
Cuando se acercaba el fin de año, degustábamos su bacalao a la vizcaína y otro a su muy especial manera que llevaba bastante aceite de oliva y pimientos rojos y verdes, un manjar.
Se dice que al corazón se llega por el estómago, pero sólo si se guisa tan bien como la tía Ramonita que ella sí lo logró.
Extraño esos días de unión familiar con aromas de diferentes regiones de España. Esos juegos después de la comida con mis primos y hermanos, mientras los adultos hacían sobremesa con un coñac para hablar de sus asuntos en cuyas pláticas no podían participar los niños.
La tía Ramonita, soltera pero no solterona. Tuvo su novio en España y lo mataron en la guerra civil. Yo creo que lo quiso tanto, que ya no hubo espacio en su corazón para otro hombre. Tuvo un sinfín de pretendientes a lo largo de sus ochenta y tantos años de vida y a todos mandó al diablo.
Su belleza pudo atraer a los mejores partidos y sí, me hubiera gustado conocer a algún primito hijo de ella, pero parece que fue más inteligente que muchas que creen que el matrimonio es la única opción para vivir en compañía y ser feliz.
Al paso del tiempo se convirtió en una dulce tía abuela y parece que los consintió más que a nosotros sus sobrinos.
A veces la sentía tan cercana dando consejos que ni mi madre me dio y otras tan lejos prodigando su amor a otros de sus seres queridos.
A la distancia, pienso que pude haber aprendido más de ella, estar más tiempo a su lado, consentirla un poco más y no dejarla tanto tiempo sin mi compañía. Ahora la extraño y a casi dos décadas de su ausencia física, me invade cierta melancolía por lo que pude haber hecho y no hice.
En las postrimerías de su vida la veía tan vulnerable, tan necesitada de cariño y protección. Ávida de que alguien escuchara otra vez sus historias de Cantabria y anécdotas terribles de la Guerra Civil Española, por si había olvidado algún detalle y así poder contar lo vivido por ella, por mi padre, tíos y abuelos. Lástima que cuando somos adolescentes y estamos en nuestra primera juventud, nos importan más otras cosas que prestar atención a los mayores (cuando se pueden atender ambas) con la consecuente pérdida de una gran lección de vida.
Sin embargo, lo poco que aprendí de ella lo tengo bien aprendido, más, y me hubiera convertido en una experta chef, en una extraordinaria bordadora y modista, pero bueno, me sirvió para inspirarme y rendirle un sencillo homenaje con mis palabras. Pedirle perdón por mis omisiones y darle las gracias por sus enseñanzas, por sus meriendas cotidianas por sus comidas domingueras, por sus consejos de madre y también por sus preocupaciones y desvelos cuando alguno de nosotros enfermábamos.
Si, las tías son como nuestras segundas madres.

Print Friendly, PDF & Email

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *