Quinto Poder

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Argentina Casanova Mendoza

  • No, no es cultura, son prácticas patriarcales

Cuando hablamos de eliminar los prejuicios y las prácticas consuetudinarias que perpetúan la violencia y la discriminación hacia las mujeres, habríamos de empezar por eliminar la palabra “cultura patriarcal”, no es posible que una palabra con tanta fuerza y belleza en la historia de la humanidad se destine para un uso tan burdo.

En su artículo quinto, la Convención para la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) habla de la responsabilidad que tienen los Estados parte, de modificar y eliminar todas las conductas y patrones socioculturales que contribuyan a eliminar los prejuicios y prácticas consuetudinarias que estén basados en la idea de la inferioridad de las mujeres, ahí se establece la obligación de eliminar todas las prácticas patriarcales.

Mucho se ha insistido en eliminar el uso coloquial de la palabra “cultura” seguido de un adjetivo nefasto para explicar fácilmente lo que no se puede argumentar de otra forma, pero trivializar, banalizar y diluir el significado de lo que verdaderamente es la cultura de la violencia, la cultura patriarcal, y otras muchas construcciones facilonas que lo único que hacen es continuar con la corrosión de la palabra cultura y que no se ahonde ni se analice el verdadero sentido de lo que se intenta decir.

El primer paso es eliminar la idea de que se trata de una tan repetida “cultura patriarcal”, porque lo que se evidencia es una disociación entre el significado y la intención de lo que se pretende explicar.

La fuerza de las palabras nos obliga a repensar muy bien en el sentido y significado del uso de la palabra cultura, cuando se refieren tan constantemente a la “cultura patriarcal”, pues es necesario recuperar su verdadera dimensión. No se trata de una forma de cultura sino de prácticas patriarcales que reducen el ejercicio de los derechos. No puede ser “cultural” lo que atenta contra la humanidad, lo que transgrede el avance del estado primitivo hacia el cultivo de una nueva expresión humana. Una civilización que considere a mujeres y a hombres iguales

Los Estados Parte tomarán todas las medidas apropiadas para “modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres.

Así como garantizar que la educación familiar incluya una comprensión adecuada de la maternidad como función social y el reconocimiento de la responsabilidad común de hombres y mujeres en cuanto a la educación y al desarrollo de sus hijos, en la inteligencia de que el interés de los hijos constituirá la consideración primordial en todos los casos”.

Es necesario pues desnaturalizar el uso de la palabra patriarcado y violencia, asociado a la cultura, porque es lo contrario, la violencia es la antítesis de la cultura y el patriarcado es una práctica sostenida en contra de la evolución de la cultura, es un auténtico oxímoron.

Quizá parezca ocioso, pero siguiendo la premisa de recuperar la fuerza y el valor de las palabras, es pertinente que nos replanteemos la necesidad de cuidar y procurar no repetir frases que por socorridas no significa que sean adecuadas y abonen a la reflexión. Usar la palabra “cultura” seguida del adjetivo “patriarcal” o de “violencia”, es un golpe al raciocinio y la construcción de ese “orden simbólico patriarcal” que asocia sus expresiones a lo cultural y a la tolerancia que le debemos por ser cultural.

Hace tiempo me genera ruido cada vez que se habla de la “cultura de la violencia”, incluso de la “cultura de la violación”, definitivamente no puede haber un uso más equivocado que aquí, uniendo la palabra que significa todo el “cultivo”, el florecimiento de lo humano en su evolución hacia el arte, valores y herramientas del conocimiento, en cambio es claro que cada vez es más común y es necesario renombrarlas como prácticas patriarcales, prácticas violentas y prácticas de violación como formas de control sobre las mujeres, para extrañarnos frente a estos hechos.

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