Desde la Luna de Valencia

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Miedos

Teresa Mollá Castells*

El viernes pasado cenamos un grupo de amigos y amigas. En el grupo tenemos a un infatigable viajero que está jubilado y puede permitirse el placer de hacerlo constantemente. La otra componente femenina del grupo, una mujer valiente y decidida se va este verano a Guatemala con una ONG a trabajar con el personal docente de comunidades guatemaltecas sobre algunas propuestas pedagógicas. Cuando acabe su trabajo con la ONG, y ya sola, ha decidido viajar hasta Perú para visitar a sus seres allegados que allí viven.
En un momento dado, nuestra amiga manifestó su rabia por haberse descubierto a sí misma, pese a lo valiente y decidida que es, que tenía miedo a viajar sola tal y como lo hacía el otro viajero del grupo y lo comentó: “Nunca podré viajar sola y por todo el mundo como tú lo haces porqué soy mujer y eso limita nuestras libertades”.
A mi mente acudió la noticia de las dos mujeres argentinas que viajaban “solas” y fueron asesinadas en febrero del año pasado en Ecuador al negarse a mantener relaciones con dos malnacidos.
Estos asesinatos sacaron a la luz pública el debate sobre lo que implica para el patriarcado el hecho de que las mujeres viajemos sin hombres a nuestro lado.
Pero lo primero sobre lo que hemos de reflexionar es sobre el término “solas”. Y digo reflexionar puesto que para el patriarcado esa expresión no es la que figura en la tercera acepción del diccionario de la Real Academia Española y que dice textualmente:
“3. adj. Dicho de una persona: Sin compañía.”
Y afirmo que para el patriarcado no significa lo mismo porque estas dos mujeres no viajaban solas en el sentido que expone la RAE, puesto que se tenían la una a la otra, pero para los medios de comunicación que dieron la noticia por todo el mundo viajaban “solas” o lo que es lo mismo para el patriarcado “sin la compañía de ningún hombre a su lado”.
Estos miedos que sentimos las mujeres a ir “solas” por la vida son miedos inoculados por el patriarcado desde antes de nacer y tienen que ver con la posesión de los espacios y la cosificación de nuestros cuerpos de mujeres. Me explico.
El espacio público ha sido tradicionalmente ocupado por los hombres mientras las mujeres éramos relegadas a los espacios domésticos, que no privados. Por tanto el patriarcado sigue considerando esos espacios como propios y, aunque nosotras los vamos transitando las agresiones se siguen dando. Hablo de agresiones verbales, de falta de equidad en espacios reducidos, de miradas soeces, de tocamientos o directamente de agresiones sexuales propiamente dichas, entre otras.
Y esto, a su vez, tiene que ver con el concepto de “cosa” que el cuerpo de las mujeres tiene para el propio patriarcado. Una “cosa” para usar cuando y como quieran para lo que quieran, sobre todo para “demostrar” su masculinidad a través del sometimiento y de la posesión. Y por supuesto esto tiene que ver, de nuevo, con el deseo. Deseo sexual, deseo de posesión, deseo de mostrar lo “macho” que se es, etc.
Por eso es “necesario” que no andemos “solas” por las calles sobre todo cuando es de noche, porque podemos ser presas de los “deseos” patriarcales de otro y que dejemos de ser personas para convertirnos en “algo” para saciar esos deseos. Pero si a nuestro lado camina otro hombre, no habrá competencia por ese “algo” en lo que nos convierten porque ya somos de ese “otro” que nos acompaña.
Obviamente no todos los hombres actúan de la misma manera que lo hacen los desgraciados malnacidos que se autodenominan “La manada” y que actuaron de esta forma en Pamplona durante los últimos Sanfermines. O los asesinos de las dos viajeras argentinas.
No, no todos los hombres actúan de la misma manera, afortunadamente. Pero aunque no todos ellos actúen así, en todas las mujeres existe el mismo denominador común: los miedos atávicos a que nos hagan daño por el simple hecho de ser mujeres, el miedo a la violación de nuestro cuerpo y, por tanto de toda nuestra vida de seres humanos libres.
Y todavía hay una cosa que hace todo esto más doloroso: su justificación. El patriarcado justifica las agresiones de una y mil maneras. Y por supuesto culpabilizando a la víctima por ir sola, por su forma de vestir, por “permitir” la agresión, etc. El objetivo último es justificar al agresor a cualquier precio, puesto que forma parte del engranaje del propio miedo que deben sentir las mujeres ante el poder patriarcal para que este continúe manteniéndose a cualquier precio.
Y ese miedo, por mucho que lo intentemos explicar a nuestros amigos y compañeros de vida, es muy difícil que nos entiendan, porque ellos no lo han sentido nunca, no se les ha inoculado en su espacio simbólico desde incluso antes de nacer. Es uno de los privilegios de nacer hombre. La no cosificación de sus cuerpos para ser usados en cualquier momento y por cualquier individuo que lo desee para saciar su deseo.
Soy consciente que para los hombres que puedan leer esto quizás puede resultar complicado de entender. Pero las mujeres lo vivimos y sentimos cada día.
Y, afortunadamente, cada día se es más consciente de ello y las administraciones, sobre todo locales, van tomando cartas en el asunto con campañas de sensibilización contra las agresiones sexistas en las calles y durante las aglomeraciones que se producen durante las fiestas y festejos. Si esas agresiones no existieran, sobrarían las campañas.
Todo esto tiene que ver con la más invisible y dañina de las violencias machista: la violencia estructural, la que emana de las estructuras de todo tipo, incluidas las estructuras sociales y de los roles hetero-asignados a mujeres y hombres a lo largo de la historia y que, aunque modernizados, se siguen reproduciendo hoy en día entre niñas y niños. Y se reproducen gracias a los potentes agentes socializadores que siguen marcando cómo han de ser las niñas y los niños de hoy que serán mujeres y hombres de mañana.
Por eso, cuando plantamos cara al patriarcado y nos apropiamos de nuestros cuerpos y de nuestras vidas, le resultamos incómodas al sistema, porque lo denunciamos, criticamos y cuestionamos.
Y por ello el feminismo es necesario e importante, porque reclama los mismos derechos para mujeres y hombres. Porque reclamamos el derecho a vivir sin miedos, a viajar solas sin miedos, a salir de noche solas sin miedos, a poder recorrer el mundo sola y con una mochila sin temor a ser agredida por algún hombre porque se le despertó el deseo. Y sobre todo porque nuestro cuerpo es nuestro y no se ha de tocar sin nuestro consentimiento. Como el de ellos.
Y mi amiga irá a Perú sola y acompañada de sus miedos. Y algunas seguiremos saliendo solas de casa por la noche, acompañadas de nuestros miedos. Y permitiremos a nuestros amigos que nos “acompañen” al coche porque nos divierte o porque disfrutaremos unos minutos más de su agradable compañía. Y seguiremos luchando cada día con esos miedos para ganarles las batallas cotidianas siendo conscientes que el patriarcado no lo va aponer nada fácil.
De ahí que la sensibilización sea necesaria, porque es urgente sumar complicidades para desmontar este sistema que impone un miedo opresivo a las mujeres a lo largo de la vida y que resulta invisible a la mayoría de los hombres.
Solo cuando nuestros amigos y compañeros de vida sean consciente de ello podrán entendernos mejor y se sumarán a esta lucha diaria y vital contra el patriarcado que también a ellos les impone sus reglas.
Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
tmolla@telefonica.net

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