Yolanda Pardo
Es tiempo propicio para pensar en otras dimensiones, en aquellas donde se supone que la vida es idónea, aquellas en donde están nuestros seres queridos, familiares y amigos que han trascendido, que han pasado por el proceso aquí llamado muerte.
Son días de reflexión, de recuerdos, anécdotas medio olvidadas y rescatadas. Unas nos provocan sonrisas, alegría y nostalgia; otras tristeza y lágrimas, sobre todo las que el corto tiempo aún no logra secar y heridas no sanadas por completo.
Traemos a nuestra mente a todos aquellos con quienes nos relacionamos de alguna manera y que ya no se encuentran entre nosotros pero que a su paso o nos dejaron huellas o cicatrices, pero finalmente obtuvimos un aprendizaje de ambas que es lo que realmente importa.
Por supuesto que todos los días los llevamos o bien en nuestra mente o en nuestro corazón, a cada uno y tomando turno, de acuerdo a nuestras circunstancias pero sí, estos días dedicados a quienes ya trascendieron dejando atrás o unas largas y fructíferas vidas o unas cortas pero plenas de experiencias, los recordamos especialmente, sobre todo en nuestro país con sus cultos y rituales floridos y folclóricos. Son nuestras inevitables y ricas tradiciones que elevan a la muerte y a sus muertos a un lugar muy especial y místico.
En contra del Halloween que se propaga como video viral y que francamente no nos corresponde celebrar porque ni es nuestro ni sus orígenes son tan claros pero si siniestros.
Nuestro México es un pueblo creativo. Tan alegre también que festeja la muerte y tal vez se burla de ella por el temor que le tiene y así lo minimiza. Aún así, se elogia su capacidad de camuflar algo que pareciera terrorífico para algunas comunidades, en una fiesta pagano-religiosa que resulta en un folclor espectacular admirado en todo el mundo.
Quienes no acostumbran arreglar altares o hacer rituales para conmemorar el día de muertos, simplemente tienen un pensamiento hacia ellos y este simple hecho, los mantiene vivos, mientras no se olviden, seguirán vigentes y ya sin fecha de caducidad.
Recuerdo cuando era niña y me llevaban a uno que otro funeral, me parecía terrorífico, no lo entendía, pero me daba miedo. Un ataúd al centro con cuatro cirios ardientes a cada uno de sus lados, resguardado por mujeres vestidas de negro y repitiendo rezos de dolor, a veces acompañados de llanto y otras de gritos desgarradores.
No entendía tanto sufrimiento hasta que llegó el turno a mi padre, aún así esas escenas de plañideras enlutadas, afortunadamente no las presencié en sus exequias, pero sí experimenté un dolor, que no había sentido antes. En los actuales, menesteres funerarios, reina el silencio, los abrazos, la solidaridad y lo más importante, un cambio radical (en la mayoría) sobre lo que se pensaba de la muerte.
Cada uno se sumerge en sí mismo, pensando tal vez en anécdotas que tiene con quien acaba de abandonar este plano, o la última vez que se vieron o que platicaron y de repente asoma una sonrisa, luego, en esta circunstancia, es inevitable reflexionar en la muerte propia.
Como se nos ha dicho que la muerte no es la terminación de la vida, sino el comienzo de otra, que sólo se cierra un ciclo para abrir paso a otro y mejor, que es evolución de nuestra alma eterna por cierto, por lo tanto, nuestra esencia también y que volveremos a reencarnar algún día, en algún lugar y que tal vez nos relacionaremos nuevamente con nuestros seres queridos, nos sentimos con la esperanza consoladora que hace algunos años no tenía la mayoría.
El riguroso negro cambió a colores menos dramáticos hasta llegar al blanco con lo que se aminora la solemnidad y el duelo para lograr hacer menos drástico este trago amargo, aunque quizás no sea tanto, si lo comprendiéramos en su totalidad.
Algunos despiden a sus difuntos con música hasta el cementerio o el crematorio, con sus canciones favoritas que posiblemente todavía puedan escuchar ya que el sentido del oído es el último que apaga la muerte y entonces arranca las lágrimas de los presentes. Cómo una melodía puede causar alegría y otras una inmensa tristeza, sobre todo cuando son de despedida.
Cuando nacemos lloramos y todos ríen de felicidad, si vivimos de cierta manera, la mejor, quizás los demás lloren nuestra partida pero cada uno celebrará con alegría su evolución, su ascensión, el regreso a casa.
Calderón de la Barca afirmaba que la vida era un sueño, siendo así, ¿la muerte es el despertar a la comprensión de nuestra verdadera esencia y de todo lo que es?