De: Raúl Pérez Portillo

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Conocí a Marco Aurelio Carballo en la redacción de la primera edición de Ultimas Noticias, en septiembre-0ctubre de 1973, recién desembarcado yo de Chile, donde viví un año, hasta el golpe de Pinochet. Estuvimos juntos, codo con codo, en Ultimas Noticias y Excélsior, hasta el verano de 1977, cuando volé a Europa, primero en Paris y después en Madrid (como corresponsal para medios mexicanos), donde vivo desde entonces. Fueron cuatro años intensos en México y me parece que lo he conocido toda mi vida. También un año escaso en Madrid, donde el escribió para el Unomasuno de Manuel Becerra.

Tengo historias para contar de México, de Francia o España, con el, siempre dichosas. Periodista y escritor, pero sobre todo gran amigo. Vino a la selva de asfalto, el por entonces llamado DF, desde la selva del Soconusco, dejando atrás o con ello encima, su querencia

de periodista, quien alguna vez, conto que le lustro, de adolescente, las botas a un tal Ernesto Guevara, en la frontera con Guatemala.

Marco Aurelio, el gran MAC, compagino periodismo y literatura, a base de esfuerzo. Es posible que el oficio perdiera a un magnifico reportero, como cree Rafael Cardona, pero se gano también un lugar en las letras nacionales, a base de esfuerzo y gran dedicación. Mi familia lo conoció y le dio afecto, que el retribuyo de la misma manera, también con su compañera, Patricia. En Madrid tenemos anécdotas con Elena Garro y su hija Elenita, disfrutamos en Paris de una breve estancia, cargando maletones en el Metro o con sendas jarras de cervezas; cuando dejo la corresponsalía del Unomasuno, la tome yo, nos carteamos al viejo estilo, antes de internet, y cada vez que dejaba atrás Madrid, para disfrutar de vacaciones en México, nos juntábamos a comer en aquellas multitudinarias reuniones de periodistas, escritores, editores, políticos honrados, en El André, o donde se terciaran. Viajamos con el «canario» a Acapulco, con Patricia y Maricarmen, con paradas técnicas para que vomitara Maricarmen, embarazada de mi hijo Raúl, con el que, de mayor, le hizo pasar a mi hijo y sus amigos españoles, una juerga en Coyoacán. Porque era amigo de verdad, y lo seguimos siendo, aun a pesar de los 12.000 kilómetros que separan a México y España.

Tengo sus primeros trabajos literarios, impresos en papel de estrasa, atados con un mecate. Aparezco en uno de sus libros y hay muchas historias vividas en sus libros. Borracheras varias, discusiones literarias, orientaciones a mis cuentos iniciales impublicados, un intercambio de golpes producto del estúpido alcohol, con consecuencia de un ojo morado (el mío) y una consecuencia aun mas fuerte, estrechamiento de una amistad permanente. Su enfermedad fue un gran golpe personal y sentí no poder estar con el en aquellos momentos. Me queda el recuerdo vivido de ser su amigo, de compartir mesa y mantel muchas veces, y redacción en el mejor diario de Mexico.

Es Mac mi sargento del Ejercito de supervivientes del sur, allá en la selva del Soconusco, en mi trilogía de Capitanes del Rey (novela histórica de finales del siglo XVIII) ,y desde entonces, su espíritu sigue vivo y presente. Nunca lo olvidare.

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