William Shakespeare, el magnífico genio de la lengua inglesa, también representa un gran misterio. Su biografía es un agujero negro y la poca evidencia de sus manuscritos lo amplía. La experta en literatura Elizabeth Winkler lanza una provocadora interrogante en su libro Shakespeare was a woman an other heresies (Shakespeare fue una mujer y otras herejías), donde se atreve a cuestionar a los eruditos sobre las teorías de que el hombre de Stratford-upon-Avon no sería el verdadero autor de las excepcionales obras teatrales y sonetos que lo han hecho inmortal.
En el mundo secular, el autor de Romeo y Julieta es un dios, “tenemos una necesidad por lo sacro y él es una figura que satisface esa necesidad”, explicó la autora a un mes del lanzamiento de su libro, editado en inglés por Simon & Schuster.
El místico enigma lo envuelve porque se ha erigido como un superhumano que vio en el interior de los seres sus más atribulados sentimientos. Desmitificarlo le quita la figura de dios, por eso es un acto casi blasfemo cuestionar la autoría de sus obras, comentó la crítica literaria en una entrevista para la transmisión en línea Significant Others acerca del gran tabú de la literatura, que se origina en la discrepancia entre el hombre y la obra. Winkler se sumerge en la herejía y va más allá todavía al decir que podría tratarse de una mujer.
En la tumba del autor, ubicada en la iglesia de la Santa Trinidad del mismo pueblito que lo vio nacer en 1564, se lee una desafiante advertencia: “Bienaventurado el que guarda estas piedras y maldito sea el que mueva mis huesos”. Hurgar en el pasado, nombre y estampa del más glorificado autor, parece uno más de los terribles atrevimientos.
“La teoría de que Shakespeare podría no haber escrito las obras que llevan su nombre es el tema más horrible, irritante e indecible de la historia de la literatura”, se lanza como anzuelo hereje sobre esta reciente publicación editorial, la cual hace una exhaustiva investigación alrededor de la vida del ser o no ser, una biografía del dramaturgo, poeta y actor que está bien documentada, pero ningún registro lo identifica inequívocamente como escritor.
Winkler “abre la cortina para mostrar cómo las fuerzas del nacionalismo y el imperio, la religión y la creación de mitos, la cuestión de género y clase han dado forma a nuestra admiración a lo largo de los siglos.”
Controversia ancestral
Ya desde el tiempo cercano a la vida del dramaturgo se hablaba de otros como los verdaderos autores; por ejemplo, se mencionó al filósofo Francis Bacon o al poeta Christopher Marlowe. Grandes ilustres, como Mark Twain, Walt Whitman, Vladimir Navokov o Sigmund Freud, se sumaron a la controversia.
Winkler, periodista asentada en Washington, publicó en 2019 un ensayo en la revista literaria The Atlantic que cuestionaba el carácter femenino del gran bardo inglés. El texto fue premiado como el mejor ensayo en 2020 y desembocó en el libro de reciente publicación.
Uno de los argumentos de Elizabeth Winkler gira en torno a que hay algo feminista en Shakespeare, sobre todo en las mujeres de las obras teatrales, “Shakespeare no tuvo héroes, sólo heroínas”. Ellas son fuertes y se muestran contra la corriente masculina.
El dramaturgo genial, que toca los más profundos aspectos humanos, universal en el tiempo, ¿podría ser una mujer? En principio, de ser así, fue necesario esconder la identidad femenina tras un seudónimo en el periodo isabelino en el siglo XVII. “La opinión predominante ha sido que ninguna mujer en la Inglaterra del Renacimiento escribió para el teatro porque eso iba contra las reglas”, explica.
La periodista y crítica literaria, graduada de Princeton, ofrece dos nombres. El primero es Mary Sidney, condesa de Pembroke, una de las mujeres más educadas de su tiempo, poeta, traductora e integrante de un salón literario que animaba el Renacimiento inglés.
Enseguida ocupa gran parte de su ensayo otra candidata que le intriga más, “tan exótica y periférica, como Sidney tenía pedigrí y prominencia”. Se trata de Emilia Bassano, de origen italiano, contemporánea de Shakespeare y nacida en Londres, que fue parte de la corte, por lo que bien pudo conocer de cerca ese mundillo que tan bien abordó el autor de Hamlet y Macbeth.(La Jornada)