. David Guerrero aborda el tema de la infancia en el conflicto; Felipe Ávila señala los cambios en México
Ciudad de México – Hay huellas en el concreto y en la memoria de México que nos dejó la Revolución Mexicana, las cuales le dan una dimensión humana y de actualidad al movimiento que marcó un antes y un después en el curso de su historia, tal como lo recuperan y describen los historiadores David Guerrero y Felipe Ávila, quienes reviven dos de sus ángulos en el marco de su 110 aniversario.
El primero es la infancia en la Revolución y lo aborda David Guerrero, quien recuerda que niñas y niños de 12 años participaron como soldados, correos y espías, mientras que otros más pequeños se ocupaban de acarrear leña, cuidar los caballos y limpiar las armas, tal como lo cuenta la historia de Maurilio Sánchez, José Monroy, Beatriz Alcubiere y Tania Carreño, quienes colaboraron con el ejército villista, o de otro más conocidos como Andrés Iduarte y Juan Bustillo Oro.
La participación de niños, niñas y adolescentes en la Revolución fue muy activa y, según las crónicas de la época, su participación fue voluntaria e involuntaria en un escenario demográfico que lo explica todo, ya que, según el censo de 1910, de los 15 millones de habitantes, poco más de seis eran menores de 15 años, es decir, 42% de la población, lo que significó que cuatro de cada 10 habitantes era niño o adolescente”, explicó Guerrero.
En este contexto, es comprensible que niños y niñas estuvieran presentes en la historia de México. “Hubo una participación voluntaria, pero también involuntaria de niños y niñas, quienes participaron en esa década bronca de la Revolución”, apuntó.
Muchos niños y adolescentes se integraron a las filas de la Revolución, algunos de manera voluntaria y otros, por circunstancias.
No todos fueron conocidos, asegura Guerrero, dado que muchas veces tenían los mismos roles que desempeñaban en sus casas, como conseguir y llevar la leña, arreglar las monturas, cuidar animales, acarrear el agua y el lavado de la ropa.
Pero lo que más llama la atención es la participación de los adolescentes en estos conflictos armados, porque si bien muchos fueron arrastrados por el gran escenario de la historia, otros se sintieron atraídos por la guerra y por el hecho de participar en la bola, de echar balas y lanzar las consignas de la Revolución”, aseveró.
Mientras que otros llevaban los libros de cuentas, escribían cartas o manejaban el correo y, a diferencia de la guerra de Independencia y la de Reforma, sí existen abundantes testimonios en forma de autobiografías, novelas y testimonios orales, apuntó, aunque también hubo testimonios de niños y adolescentes que padecieron la guerra, con su casa ocupada o saqueada por los grupos revolucionarios.
Y en esa masa anónima, hubo ejemplos luminosos que dejaron testimonio escrito, como el de Andrés Iduarte, que escribió Un niño en la Revolución Mexicana; o el de Juan Bustillo Oro y su libro México de mi infancia, una antología con 12 testimonios de niños que participaron en dicho movimiento armado.
TRAZOS DE MEMORIA
Por su parte, el historiador Felipe Ávila definió la Revolución Mexicana como un parteaguas en la historia de nuestro país.
Sin duda, hay un México antes y otro después de la Revolución, a partir de la cual sucedieron cambios en materia agraria, laboral, en el terreno educativo y los derechos sociales, aunque también es cierto que han quedado algunos pendientes y por esa razón, a 110 años de distancia, es necesario reconocer qué fue la Revolución, cuáles fueron sus características, quiénes participaron, qué grupos sociales la hicieron, cuáles eran sus demandas, sus aspiraciones, sus propuestas, los cambios que hicieron, sus límites, los obstáculos que enfrentó y cuáles han sido sus deudas históricas”.
También reconoció que la huella del inicio de la Revolución sigue vigente y ha dejado numerosos rastros por todo el país, dado que no existe ninguna ciudad del país que tenga al menos un monumento, plaza o quiosco que haya sido construido antes de 1910 para conmemorar el primer centenario de la Independencia.
En el caso de la Ciudad de México, durante el año de 1910 se iniciaron o inauguraron monumentos y espacios como el Hemiciclo a Juárez, el Palacio de Lecumberri, el Palacio Postal, la Columna de la Independencia, el Ministerio de Comunicaciones y Obras –hoy Museo Nacional de Arte (Munal)–, el ahora Monumento a la Revolución y el remozamiento del Paseo de la Reforma, aunque cada uno de éstos ha sido reapropiado histórica y culturalmente por las nuevas generaciones y ha renovado su significado, explicó.
Tren militar revolucionario, con los participantes armados
¿Qué nos ha dejado la Revolución a 110 años de su inicio?, se le pregunta. “No hay duda de que fue un gran cataclismo social y una erupción en donde las energías contenidas durante 30 años irrumpieron, estallaron y transformaron al país para bien. Se conquistó la tierra, los derechos laborales, el acceso a una educación laica, obligatoria y gratuita impartida por el Estado, se tuvieron una serie de derechos colectivos que no existían y comenzó una nueva etapa donde la democracia en el país poco a poco se fue consolidando”.
Y quedaron algunos pendientes: “como superar la pobreza y la marginación en la que vive buena parte de la sociedad, en las zonas rurales y en los barrios que se ubican en los cinturones de pobreza, además del acceso a la educación, a la computación, al servicio de salud, los sistemas públicos, como el transporte, entre otros”.
Esto tendría que resolverse para ver cómo se puede hacer que la población rural vea una oportunidad de desarrollo y de una vida digna sin la necesidad de migrar y que la pobreza no sea uno de los motivos por los cuales tienen que incorporarse a las organizaciones del crimen organizado”, concluyó. (Excélsior)