Por: Alberto Carbot
Para ser escritor, es necesario tener una niñez infeliz, decía el periodista y escritor chiapaneco que falleció este sábado en la ciudad de México
Para Patricia Zama, su amorosa cómplice
Marco Aurelio Carballo, se declaraba ferviente apasionado por la lectura y, por ende, de la creación. Escribir y reescribir eran actividades que el autor tapachulteco realizaba cotidiana y rigurosamente. Nostálgico y vivaz al mismo tiempo, Carballo a menudo hablaba de los lejanos días en que transcurrió su infancia y también de la áspera relación que inicialmente mantuvo con su padre y que se normalizó sólo hasta después de la publicación de su primera novela, “La tarde anaranjada”. El estilo de “El Vargas Llosa chiapaneco” se caracterizó por la sencillez y madurez. Este es un extracto de varias conversaciones con el director de la revista Gentesur, donde el escritor fallecido este sábado, víctima del cáncer, publicó sus textos durante casi 2 décadas
Al interior del restaurante, a esta hora de la tarde el movimiento no cesa; el trajinar cotidiano no sorprendería a nadie y entre los clientes no se distingue, al menos a primera vista, a ninguna de las celebrités del mundo del espectáculo, la política o el jet set local que harían que los comensales volviesen la cabeza, como en ocasiones -sin pertenecer a ninguna de estas categorías-, lo hace entre el sector femenino el paso de este hombre alto, maduro y de viriles rasgos, que generalmente lleva al hombro una alforja de piel café, en la que acomoda su libreta de apuntes, papeles y algunos libros.
Sin embargo, esta vez, su ingreso al local ha pasado casi inadvertido, a no ser por su marcha pausada por entre las mesas, la enfermera con la que se auxilia durante su trayecto y el sombrero tipo fedora con el que hoy viernes 8 de febrero de 2013, trata de disimular la gruesa venda que rodea su cabeza.
Pero seguramente, si en este momento me pusiera de pie y anunciara a viva voz que ese hombre frente a mí -vestido con pantalones de mezclilla y camisa blanca que oculta bajo una ligera chamarra café, hace apenas 10 días acaba de ser sometido a una delicada operación en el cerebro para extirparle un tumor canceroso-, está ya de nuevo en circulación, sería indudablemente el centro de todas la miradas y el testimonio fidedigno de que los milagros sí existen. Por lo menos, esa media tarde, cuando lo veo llegar, así lo creo.
A diferencia de otras ocasiones en las que el trago de whisky, la cerveza o el café de Chiapas serían casi elementos insustituibles en nuestras amenas conversaciones en la ciudad de México, hoy, sentados en la mesa del Sanborns Café de Ángel Urraza y División del Norte en la colonia del Valle, Marco Aurelio tiene frente a sí un enorme vaso de jugo natural color verdoso, una mezcla que no alcanzo a distinguir y que él sorbe, resignado, haciéndome un gesto con los hombros para decirme que por el momento tendrá que conformarse con ingerir sólo ese tipo de bebidas.
Ello ciertamente le desagrada, pero esta circunstancia si bien le ha quebrantado físicamente, no ha minado su irreverencia, ni disminuido su agudo y muchas veces ácido sentido del humor.
Cuando hablamos de temas comunes y de su trabajo como novelista, se da tiempo para recordar que Manuel Becerra Acosta -entonces director del en esos años innovador y revolucionario periódico UnomásUno-, llegó a decirle un día que mejor se aplicara en su trabajo como reportero, porque él nunca triunfaría como novelista.
“Según Manuel, si bien me iba, yo podría llegar a ser un buen cuentista, pero nunca iba a ser novelista. Eso se me quedó muy grabado, porque nunca me quedé a gusto con los cuentos, hasta que decidí tratar de escribir novelas, pero a la vuelta de los años, el tiempo se encargó de rebatir a Becerra Acosta” -dice MAC, como cariñosamente le llaman sus colegas y amigos, aunque en lo particular nunca me he acostumbrado a llamarle así. Le digo, como siempre, Marco Aurelio. Luego hablamos del proceso creativo y le pregunto si en estos días las musas no la han abandonado.
“Para escribir narrativa, más que disciplina se necesita convicción; es algo lógico”, reitera, y aclara que como una verdadera rutina escribe 3 veces al día, y esboza sus ideas mientras imparte sus talleres, y desecha el lugar común de la inspiración.
“Yo creo que los que esperan la inspiración y la llegada de las musas son los poetas, que se parecen mucho a los cronistas, que forzosamente deben reseñar lo que está pasando. En cambio, el narrador tiene que escribir todos los días, porque sus musas trabajan a medio tiempo.
“De pronto dices: ¡ah chingaos!, cómo no se me ocurrió esto, pero antes de que escribas pendejadas y después también”, expresa y luego suelta una alegre carcajada que hace voltear hacia nosotros la mirada de nuestros ocasionales vecinos de mesa.
Cuando en 1995, recién fundada la revista Gentesur le encargué a la reportera Sofía Rodríguez Zepeda una entrevista con Carballo –quien se incorporaría de lleno como colaborador en nuestras páginas-. “Mejor házmela tú, me solicitaba él. “No, mejor que sea una periodista que nunca te ha tratado, pero conoce tu trabajo”, repliqué. En el texto finalmente redactado, quedó de manifiesto que la
lectura siempre había sido una de sus grandes pasiones y admitía que padecía una gran obsesión por los textos, la cual contribuyó a acrecentar su anhelo por “escribir esas historias que no encuentras en los libros y que no necesariamente son personales”.
Desde su niñez, Marco Aurelio recordó que siempre se sintió atraído por la lectura, gracias a la afluencia de libros que había en su casa.
Contaba:
“Mi papá, un peluquero, tenía a su cargo la distribución de los periódicos y revistas que yo vendía los fines de semana y era comprador en abonos -me imagino-, de colecciones de literatura universal que yo leía sin parar”.
El autor de Los amores de Maluja y otros cuentos mencionaba entonces que sus autores favoritos de infancia eran Robert Stevenson y Julio Verne, así como todos aquellos que contaran historias de aventuras. Después, en su adolescencia, comenzó a interesarse por las historias de Fiodor Dostoievski, de quien le impactó su obra Crimen y castigo.
En esa amena charla, Marco Aurelio recordó diversos aspectos de su estancia en Chiapas, donde residió hasta los 20 años y la dificultad a la que se enfrentaba para conseguir libros.
“Estábamos muy aislados, casi no había librerías en Tapachula, a veces había una o dos. Rara vez se abrían nuevas porque tenían que cerrar por falta de clientes”, decía. Ante este hecho, el escritor recurría a los suplementos culturales para conseguir las direcciones de las editoriales y solicitar que le enviaran los libros que escogía al azar, según el autor, o bien “porque el título me atraía”.
Escribir fue una actividad que tempranamente llamó su atención. A los 19 años intentó hacer una novela que destruyó inmediatamente, una vez que se dio cuenta de que manejaba una historia que ya había sido tratada.
-Escribí desde la preparatoria. Entonces tenía un periódico que se llamaba El Bachiller donde calmaba mis inquietudes. Después dejé la universidad y me fui a un periódico, pero una vez que ingresé a Excélsior volví a mi inquietud original de hacer literatura. Y así fue como escribí una serie de cuentos que publiqué en 1976 bajo el título La tarde anaranjada.
“Me di cuenta de que, a pesar de que leía todas las entrevistas que le hacían a los escritores con el fin de saber qué debía yo hacer para poder escribir, eso sólo lo descubriría más adelante, por mí mismo; no puedes aprender teoría de esa forma. La única manera de aprender a escribir, es escribiendo”.
Al escribir un cuento o una novela tienes una serie de sensaciones en etapas, porque es muy distinto lo que sientes a la hora de sentarte a hacerlas, a la hora de terminarlas o a la hora en que las aceptan las editoriales. Creo que lo que mayor satisfacción es la hora de corregir. Hay escritores que disfrutan cuando escriben, porque casi no corrigen. No sé por qué; no sé si yo sea más perfeccionista y obsesivo o porque los otros tienen más talento y a la primera les sale todo”.
Significativamente, Marco Aurelio comulgaba con Ernest Hemingway, su alter ego, en el sentido de que para que un escritor lograse producir una obra redonda, era necesario que éste hubiese vivido una niñez infeliz.
“Yo estoy de acuerdo y no, al mismo tiempo, porque más que a la niñez, él se refería a la adolescencia, porque yo sé que tuvo una niñez muy feliz al lado de su padre. Sin embargo, en la adolescencia todo ser humano la pasa más mal que bien, hay problemas y creo que es el momento en que decides qué vas a ser de grande en términos generales. Yo tuve problemas con mi padre en la adolescencia y creo que tal vez eso me hizo empezar a manifestar mi inconformidad.
Después me di cuenta que mi inconformidad no sólo era con él, sino con la vida en general. Muchas veces estás en desacuerdo con la realidad que te rodea y escribir te sirve un poco como terapia, vas superado problemas conforme los tratas. De hecho, mi primera novela es básicamente un ajuste de cuentas con mi papá. A raíz de ella mi trato con él es de otra manera, cuando menos en lo que corresponde de mi parte hacia él.
-Al paso del tiempo, ambos curamos heridos y me serené. Él era una persona muy difícil y yo bastante rebelde. Teníamos discusiones violentas, pero cuando empecé a argumentar la relación dejó de ser tan abusiva de su parte… En fin. Desde que escribí la novela lo vi como que con más tolerancia”, comentó.
La tarde anaranjada significó para Marco Aurelio no sólo revalorar su figura paterna, sino también una evolución creadora.
“Recuerdo que mi primera novela la corregí unas 30 veces y Mujeriego la corregí 25. Ese es el avance que descubro en la narrativa, además de que se me da con más facilidad la técnica de la escritura. Claro que con esto no quiero decir que descubrí la fórmula o la manera más adecuada para escribir las mejores novelas. Si los escritores conociéramos esa técnica, todos los libros serían best sellers”, insiste.
Otro avance al que se refirió el también autor de En letras se rompen géneros y Crónica de novela, es el uso de las computadoras.
“Yo escribía mis novelas a máquina y era una verdadera tortura pasar en limpio 340 páginas una y otra vez. Ahora, con las computadoras, como que la capacidad aumenta, aunque definitivamente el uso de ellas nunca va a darte el talento requerido”.
-¿Qué tanto reflejan tus libros, tus vivencias personales?
-En todos ellos hay mucho de mí. Sin embargo, por ejemplo Mujeriego es una historia que inventé recurriendo a varias historias de mis amigos. Hay tres personajes que creé a partir de lo que observo alrededor, de las situaciones que se viven en los restaurantes a donde voy y puedo estar con unos amigos e imaginar que ahí está el personaje junto con su novia. Incluyo mucho de la realidad actual.
En otros libros en los que me refiero a una época pasada -como mi primera novela que hablaba de mi niñez-, lo que hice fue recordar, ubicarme en el pasado. A veces es más
difícil ambientar un texto, pero tienes más oportunidad de conseguirlo si vuelves al lugar en el que estuviste 20 años atrás”.
Al recordar la etapa en la que fue reportero, Marco Aurelio Carballo inmediatamente se refirió a los bajos salarios. “A los reporteros nos pagan muy mal. Un sueldo de reportero nunca va a alcanzar, pero lo que más me gustó periodísticamente hablando fue cubrir la guerra de Nicaragua. Yo creo que esa es la culminación de nuestro oficio.
“A veces resulta muy tedioso cubrir los eventos, ir a la comida de los concamines o de los canacintros, viajar con el presidente o esperar a que llegue el boletín para que tengas la versión oficial y luego no te desmientan. Por eso, definitivamente creo que cubrir un evento de esa naturaleza, como una guerra es la culminación de nuestro trabajo y es muy estimulante.
“Después de que cubres una, lo demás ya no te llama la atención”, explicaba mientras su mirada brillaba en razón de los recuerdos.
La creatividad y el ímpetu de escribir estaban presentes a cada momento en la labor literaria de Carballo. La aparición de su libro Morir de periodismo, en mayo de 2008 -luego de 6 años de espera-, fue en cierta forma la culminación de una deuda saldada, durante su paso en el diario UnomásUno de Manuel Becerra Acosta, del cual fue accionista, fundador y jefe de información y que, a pesar de todo, vio sus mejores días bajo la batuta de Manuel Becerra Acosta, autoexiliado a España durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
La historia detrás de este libro fue un tanto azarosa, como suelen serlo muchos de los buenos libros. La editorial original que le pidió el texto terminó diciéndole que no publicaba narrativa sino “sólo ensayos y puro periodismo”. Ante esta negativa, se preocupó y lo llevó a otra editorial y a otra, hasta que a la octava, según la cuenta de Carballo, se la publicaron al fin.
Los argumentos que esgrimieron los editores para rechazar su texto fueron muy variados: que no era una novela, que tampoco un reportaje, pero llegó a sospechar que se negaban a publicarlo porque había colegas involucrados -”perro no come perro”-, aunque nunca se lo dijeron claramente
Al final Axial, una nueva editorial, accedió. “Afortunadamente se acabó el embrujamiento”, dice. Y a otra cosa, mariposa.
Ante la imposibilidad de ubicar el género -”es un híbrido entre crónica novelada y novela”, según su criterio-, explicaba que lo que trató de hacer es “contar historias, en este caso de la fundación de un periódico, donde duré 6 años, desde el principio, hasta que salí. Va más o menos del 77 al 80, cuando me voy a España y desde allá renuncio”, afirma.
“El texto fue una especie de catarsis, porque escribir narrativa es una terapia. En este caso fue una terapia doble. Me entretuve como 2 años escribiéndolo; me divertí y luego hubo que esperar a que se publicara; tiene las herramientas, los instrumentos de la narrativa, pero también usé algunos recursos reporteriles –explicaba-. En suma, se trata de una suerte de historia sobre el diario Unomásuno y, por lo tanto, todas las acciones giran en tomo al periódico. Originalmente pretendía escribir una novela sobre mi paso por Excélsior y estaba esperando el campanazo, para escribir y resulta que me llegó por el lado de cómo entro a la Casa Excélsior que no es lo mismo que estar en Excélsior“
-Algunos dirían que Morir de periodismo es el evangelio según san Marco Aurelio…, le comenté.
“Cualquier espíritu religioso podría interpretarlo así, pero yo lo único que quise fue contar una historia. Hablo de la cantidad de personajes que concurren en la historia, pero al mismo tiempo también de personajes que concurrían en ella y que no entendían que hacían allí. Por ejemplo el caso de un re-portero que tuvo amores con una teletipista. El compañero vive, está casado y no lo voy a ventanear, así que usé un seudónimo. Entonces en términos generales, los personajes que están bien tratados a juicio, tal vez, de un lector ajeno, aparecen con sus nombres verdaderos”, añadió.
Se refirió de igual modo a “otro compañero que fue a cubrir la guerra a Nicaragua y lo regresaron por inexperto, otros dirían que por malo y entonces yo le cambié el nombre para no exhibirlo”.
Sobre el título de su libro, Morir de periodismo, afirmaba que en una ocasión -mientras inquiría sobre las causas de la muerte del periodista León Roberto García-, Abel Quezada le respondió lacónico:
-León Roberto se murió de periodismo.
“Y eso me retrotrajo a mis primeros tiempos en Excélsior y me llevó a recordar a compañeros como Sergio von Nowaffen y al propio León Roberto, entre otros 4, de la misma edad, que entramos al mismo tiempo a ese diario, pero que ya murieron. En realidad, se trata de una metáfora, porque Roberto no murió de periodismo, sino a causa del alcohol” –mencionaba-, y la consideré como una buena metáfora para nosotros, los periodistas del siglo pasado, porque dicen que los del siglo actual, a la mejor porque dicen que están bien pagados y escriben en modernas oficinas, ya no beben, no fuman y no sé qué clase de reporteros sean. Parece un sello distintivo de los nuevos tiempos que corren”.
* * * * * * *
Una semana después de nuestro encuentro en Sanborns, desde Tapachula, recibí la llamada de mi hermano Alejandro -productor y conductor del popular programa radiofónico Bazar del Aire-. Durante la emisión, me explicó, había recibido decenas de llamadas del auditorio, preguntando por el estado de salud de Marco Aurelio. Se lo consulté y accedió de muy buen agrado.
Desde su casa, vía telefónica -sin perder la sensibilidad y el buen humor que sólo le abandonó hasta pocas horas antes su muerte-, el 14 de febrero, procedió a la entrevista. Participamos los 3.
-Alberto y Alejandro, la doble A. Pues mira la verdad es que a veces soy el amigo incómodo, pero haré un pequeño esfuerzo de no molestar, pero me negaría a mí mismo; me llama mucho la atención el nombre del programa Bazar del aire, porque es una lástima que no pueda yo poner a subasta mi cerebelo y a lo mejor podría yo conseguir una beca para lograr financiamiento del libro que pienso escribir; pero esto no es queja, es nada más decir en voz alta lo que estoy pensando.
“La gente quiere saber cómo me siento; cómo estoy físicamente. Pues la verdad es que a veces pienso que yo no soy de este mundo ni de este siglo. Cada vez me siento menos contento con la realidad; mi gran enemiga es la realidad y entonces tengo que estar batallando con ella, no a cada rato, sino a cada segundo.
“Hoy por ejemplo, desperté en una especie de congeladora por el invierno chilango, mientras que durante las últimas veces he vivido en una especie de infierno, así que paso de los 55 grados centígrados a los 5 bajo cero. Esa es una realidad terrible para un costeño selvático, como yo, pero no es queja, es crítica.
“Respecto a mi convalecencia les digo que ahí voy, pero esto no es un gran mérito, yo siempre he sido un cabeza dura, entonces creo que por eso resistí los machetazos. Cada vez sigo reporteando el asunto y no me queda claro si fueron 7 o 17 los cortes, que me hicieron. Entonces hoy precisamente hoy voy a que me quiten las costuras y voy a seguir reporteando el caso para saber con exactitud cuántos me hicieron.
“Otro dato que me intriga es el nombre del aparato que usan, porque desde luego no es un machete; podría ser el equivalente pero tiene un nombre especial, es decir, me lo dijeron pero no se me quedó grabado. Y si uno ya no tiene cerebelo, eso justifica la desmemoria.
“Toda esta información –porque no dejo de ser reportero– pienso utilizarla en el libro que estoy tecleando y que espero tener terminado antes de 2 años”, dijo Marco Aurelio y luego habló de su más reciente trabajo: Manual del narrador. Claves para aprender a escribir, editado por Ficticia, “mi último libro publicado y espero seguir haciéndolo.
“Cada vez es más difícil pero creo que si uno pone algún esfuerzo, alguna disciplina, sobre todo algún orden, es posible cumplir algunas metas que uno se propone. Ese es el espíritu precisamente del libro nuevo, de mi paso por el hospital en un país tercermundista donde más de la mitad –me incluyo– vive en la pobreza y es capaz de resistir los hachazos que te da la vida justamente en el órgano más valioso que puede tener alguien que se dedica a escribir, que es el cerebro.
Y aprovechó el micrófono para recordar su infancia en esa ciudad costeña:
“Bueno ahora recuerdo que de alguna manera siempre estuve ligado a la radio. Tuve un tío que desafortunadamente ya murió, Filiberto López y López, locutor de la XETS. Mi tío Filiberto invitó a mi padre -que tenía como voz de caporal-, a incursionar en la radio, y me emocionaba cuando mi tío me dedicaba alguna pieza musical. Yo tendría tal vez 4 o 5 años de edad y decía: “Ahora le vamos a dedicar al niño fulano.
“Yo usaba pantalón corto y desde entonces me di cuenta que tenía las piernas bien chuecas por la desnutrición y el raquitismo. No es queja, es descripción. Y había una pieza que me encantaba, se llamaba algo así como El panadero con el pan”. Y al aire, Marco Aurelio procedió a cantar las primeras estrofas.
“Luego, mi padre me platicó que había un locutor que se llamaba Carmelino Pérez Jiménez quien tenía una voz mejor que la de Jorge Negrete y Juan Gabriel juntos, y las muchachas iban a la radio a conocerlo en persona.
“Un día, mi padre escuchó a una tapachulteca decirle a Carmelino Pérez Jiménez:
-Pero en verdad usted es Carmelino?”, y él le contestó
-“Pues sí yo soy, por qué lo dice en ese tono?
“Y ella le respondió:
-Pues porque usted tiene una magnífica voz, pero qué feo está!”.
“Yo me moría de risa con esa anécdota, pero bueno ya ves, vanidad de vanidades, yo creo que todo mundo tiene su pequeño ego y me imagino que así como a nosotros nos gusta ver nuestro nombre en las notas que escribimos, pues a un locutor seguramente podría encantarle escuchar su propia voz.
“En fin, yo me siento ligado a la radio, me encanta, pienso que en tanto periodista eso me hubiera beneficiado más que estar culiatornillado a un escritorio escribiendo cuartilla tras cuartilla”, expresó bromista.
* * * * * * *
Pude hablar con Marco Carballo, hace poco más de un mes. Teníamos algunos proyectos juntos y una cita para comer, que él mismo se encargó de borrarla de su agenda. Me dio varias excusas –válidas todas-, pero que obedecían más que nada a su inquietud permanente de que sus amigos no viesen el deterioro físico que el cáncer le había producido. Desde la cama respondía al teléfono y sobre ella escribía sus cotidianas colaboraciones periodísticas con el total apoyo de su esposa Patricia y el sostén moral de Bruno y Mario, sus hijos.
Al interior de la funeraria García López, ubicada en la Avenida Miguel Ángel de Quevedo, de la ciudad de México, han acudido muchos de sus amigos. Su féretro de madera, color nogal, se ubica en la capilla número 3. Varios colegas montan respetuosas guardias y abrazan solidarios a Patricia, su esposa, al igual que a Bruno y Mario.
Me acerco y toco su ataúd en respetuosa señal de amistad. Es innegable el cúmulo de emociones encontradas ante el féretro de este baluarte del periodismo y las letras mexicanas, particularmente de Chiapas, y vuelven hasta mí los recuerdos de ese inolvidable viaje que por varios días emprendimos, en gira trashumante por la entidad, con Armando Rojas y Marco Aurelio, para presentar su libro Morir de periodismo.
En la reflexión recuerdo nuevamente el paso de este hombre alto, maduro y de viriles rasgos, que generalmente lleva sobre el hombro una alforja de piel café, en la que acomoda su libreta de apuntes, papeles y algunos libros. Me digo que hoy no podría pasar inadvertido en el cielo.
BIOGRAFIA DE MARCO AURELIO CARBALLO
Marco Aurelio Carballo (MAC) nació en Tapachula, Chiapas, el 20 de septiembre de 1942. Estudió economía en la UNAM carrera que abandonó para dedicarse al periodismo. Fue coordinador del taller de periodismo en la UAM-Xochimilco; jefe de redacción de Siempre!; cofundador y jefe de información de Unomásuno; subdirector de Época y director de información de El Nacional.
Hasta su fallecimiento fue colaborador de los semanarios Siempre! y Punto y aparte de Xalapa, así como de las revistas Gentesur y El Búho, y de los diarios La Prensa, del Distrito Federal; Diario del Sur, de Tapachula, Chiapas, y de El Heraldo de Chiapas, de Tuxtla Gutiérrez, así como de la revista electrónica Este Sur.
Recibió múltiples reconocimientos, entre los que destacan el Premio Chiapas de Literatura Rosario Castellanos en 1994; el Premio Nacional de Periodismo y de Información en el género de Entrevista 1997-1998, el Premio Nacional de Periodismo José Pagés Llergo 1998 en el género de Crónica y el Premio Nacional de Novela Luis Arturo Ramos en 2010.
Su producción literaria es vasta. Participó en los libros colectivos Los siete pecados capitales publicado por INBA/SEP, 1989; El hombre equivocado, Editorial Joaquín Mortiz, Nueva Narrativa Hispánica, 1988; y El último tranvía, EDAF, Casa Ciega, Madrid, 2005.
Entre sus obras se encuentran:
Autobiografía: Marco Aurelio Carballo. De cuerpo entero, UNAM/Corunda, 1991.
En el género de la crónica escribió: En letras se rompen géneros, ICHC, 1993; Un perro en el metro y otras crónicas, Tilde, 1996; Novios en la barra y otras miniturbocrónicas, Coneculta-Chiapas, 2004; Mamá estaba loca y otras turbocrónicas, Gedisa/Vila, 2005.
Sus obras de cuentos fueron: La tarde anaranjada, El Mendrugo, 1976; Historieta de la carmelita descalza que engatusó a Feldespato el cándido, 1980; La novela de Betoven y otros relatos, Katún, 1986; La tarde anaranjada y los cuentos negros, Plaza y Valdés, 1988; Los amores de Maluja y otros cuentos, SOGEM/SEESIME/IPN, 1995; Mario (pero no Vargas Llosa) y Bruno (pero no Giordano), La Tinta del Alcatraz, 1999; Una triste figura y otros relatos, ISSSTE, ¿Ya LeISSSTE?, 1999.
En cuanto a sus novelas, destacan Polvos ardientes de la segunda calle, Joaquín Mortiz, 1990; Crónica de novela, Grupo Editorial 7/Cambio, 1992; Mujeriego, Planeta, 1996; Vida real del artista inútil, Colibrí, 1999; Muñequita de barrio, FCE/Coneculta-Chiapas, 1999; Diario de un amor intenso, Nueva Imagen, 2000; Morir de periodismo, Axial, Tinta Nueva, 2008, y Últimas noticias, Ficticia, 2010.
Publicó también Antología: Manual del narrador. Claves para aprender a escribir, Gedisa/Vila, 2001, y La biblia del narrador, publicado por Ficticia.