Belo Horizonte. Ângohó Pataxó HãHãHãe fue desplazada de sus tierras dos veces. Ahora, junto a sus parientes, vive una lucha física contra el nuevo coronavirus en una favela de la periferia de Belo Horizonte, en el sureste de Brasil.
“Aquí en el barrio ya hay 120 casos, si continuamos aquí más personas de nuestro grupo se van a contagiar”, dice jadeando Ângohó, de 53 años. Ella y su marido, el cacique Hayõ, fueron diagnosticados con covid-19 a inicios de julio e intentan superar la enfermedad recurriendo a remedios ancestrales y a la medicina occidental.
Del pueblo pataxó hãhãhãe, Ângohó es oriunda de Bahía, en el noreste de Brasil. “Pero allá enfrentamos una gran crisis de agua debido a la proliferación de haciendas de eucalipto y salimos en busca de una vida mejor”, cuenta a AFP en la casa de dos cuartos en la favela Vila Vitória, donde lucha por recuperarse del virus que la mantiene con fiebre, tos y falta de aire.
A más de mil kilómetros, Ângohó y poco más de 20 familias encontraron en 2016 una tierra que llamar de suya en la margen del río Paraopeba, en Minas Gerais. Pero el 25 de enero de 2019, con la rotura de un dique de contención de la minera Vale en la ciudad de Brumadinho, toneladas de desechos tóxicos contaminaron el río del cual dependían para vivir.
La tragedia mató a casi 300 personas y dejó otras tantas sin recursos, incluyendo a sus parientes, que a comienzos de este año se vieron obligados a mudarse a la periferia de Belo Horizonte, la capital de Minas.
“Salimos de allí porque no aguantábamos más esa situación, el río estaba muerto, no podíamos plantar ni pescar, nos estábamos enfermando”, cuenta Ângohó, que se convirtió en una de las voces de denuncia de esta tragedia humana y ambiental.
Trece familias se instalaron en casas de ladrillos en la favela Vila Vitória. El resto fue a otros estados.
Hay días en que su marido no consigue levantarse. Ella recurre a remedios naturales como gengibre, semillas de aguacate, pitanga, hoja de tabaco, romero y a la amburana para tratar la fiebre y el malestar.
La casa, que sustentan con el auxilio que Vale paga por determinación de la justicia, tiene una suerte de patio mal acabado en el que destacan las juntas de cemento y las varillas de las columnas.
Con sus tocados de plumas, las siluetas de Ângohó y Hayõ con la ciudad al fondo lucen fuera de lugar. Cubren sus rostros con máscaras amarillas, con diseños geométricos similares a las pinturas corporales.
Otras cinco personas del grupo familiar están con síntomas y Ângohó no oculta el miedo. “Nuestra esperanza es que nuestro pueblo no se infecte”, dice conteniendo las lágrimas.
Habla despacio por la falta de aire y la tos le interrumpe a cada minuto. Dice sobrevivir gracias a una red de voluntarios de la sociedad civil, dado que el auxilio de Vale “es insuficiente”.
“Pero no queremos vivir así, de donación. Sabemos plantar, hacer artesanía, sólo querríamos que nos devolviesen nuestra tierra y nuestra paz”, afirma. (Afp)