Lucía Melgar Palacios
La reproducción de la protesta artística de LasTesis, “Un violador en tu camino”, que se ha dado en numerosos países, en plazas públicas, escuelas y universidades, nos habla del poder del arte y la palabra como medio de denuncia de la violencia sexual contra las mujeres. Si esta representación se ha vuelto global es porque apunta a un problema también generalizado como la violación, que afecta a millones de mujeres en contextos muy diversos. La prevalencia de la violencia sexual, usada como instrumento de represión en el Chile de la dictadura y hoy en día, origen del “performance” de las feministas chilenas, ha pendido como una amenaza sobre todas las mujeres. Ha sido también un tema tabú por la estigmatización social de las agredidas, a quienes la “honra” acalla con la carga de la vergüenza.
La toma de la palabra por millones de mujeres para denunciar el uso de la violación como medio de control sobre el cuerpo femenino por los ejércitos, formales o informales, las iglesias, el Estado y la sociedad, a través de la socialización de los hombres en la violencia, es pues, una ruptura de un silencio secular, que empezó a fisurarse en los años 70 del siglo pasado, y hoy es insostenible.
Más allá de la viralización de “Un violador en tu camino”, difundida y aplaudida en algunos medios sin hacer referencia al contexto y a la violación de Derechos Humanos que implica la violencia sexual, la denuncia masiva de ésta en calles, plazas y universidades, representa una resignificación del espacio público que ha sido, y sobre todo es hoy, en Chile, México y otros países, un espacio inseguro, donde niñas y mujeres están expuestas a todo tipo de agresiones, desde el acoso hasta la desaparición y el feminicidio.
Resulta paradójico que a la vez que se difunde y cubre ampliamente en nuestro país esta forma de protesta, diversos medios y autoridades se hayan centrado en la destrucción de vidrios y el grafiti con que algunas manifestantes expresaron su frustración, hartazgo y enojo en las protestas que se dieron en agosto y el 25 de noviembre en la Ciudad de México.
Estas marchas se organizaron para protestar precisamente contra la violación de dos chicas por agentes del Estado que deberían haberlas protegido, o cuando menos dejado transitar tranquilas, y contra todas las violencias que padecen las mujeres en el día a día.
Centrarse en las pintas sobre monumentos que pueden limpiarse, y que, como afirmó el grupo de “Restauradoras con glitter”, no son piedras muertas sino monumentos vivos, que cuentan una historia y pueden contar también las violencias que en ellos se estampan, si se documentan, es dejar de lado tanto el fondo del problema como todos los demás signos y símbolos que han transformado las marchas de las mujeres en espacios creativos.
Lo que se escribe en los monumentos es el dolor de los cuerpos magullados y heridos, la rabia por las denuncias inútiles, la frustración ante la precariedad agudizada por la inseguridad, el deseo de gritar y de hacer gritar a las piedras contra la injusticia.
Lo que se dice y canta en las marchas, sin embargo, no es sólo rabia y frustración, hay también esperanza de una América Latina “feminista”, ansia de “Verdad y Justicia”; afán contra el olvido, que se manifiesta en las cruces rosas de las madres de Ciudad Juárez que han sido adoptadas, entre otras, por colectivas de jóvenes en el Estado de México. Hay recuperación de la memoria, contra las “verdades históricas”, que se expresa en los “Bordados por la paz”, creados en 2012 para dar nombre a los desaparecidos y hoy dedicados también a niñas y mujeres asesinadas; pañuelos bordados en colectivo, unidos en paneles que acompañan a familiares de desaparecidos el 10 de mayo y reaparecen en espacios diversos, como el #24A de 2016.
Hay creatividad contra la violencia, en la batucada feminista, en los tendederos que denuncian a acosadores, en las mujeres de blanco con vestidos ensangrentados como catrinas dolientes.
Tal vez todos estos símbolos, que constituyen un discurso alterno a la hojarasca oficial, se ignoren porque, al conjuntarse en marchas feministas que así se re-apropian el espacio público, muestran la vinculación de todas las causas por las que las mexicanas han decidido dejar atrás el miedo y el silencio. En ellos, como en la creación de LasTesis, resurge el poder de la creatividad y de la solidaridad contra las violencias.