Naidel Ardila Sarquis*
¿Cuál es la relación que existe entre la educación, la libertad y la felicidad? Es una importante pregunta que debemos hacernos, pues su relación es estrecha y necesitamos poner toda nuestra atención en ella. Hay formas de educar que van cerrando posibilidades, que se basan en el miedo y nos crean muchas limitaciones y barreras internas. Conforme vamos creciendo y nos volvemos personas adultas, particularmente las mujeres, aunque los hombres también, destinamos muchísimo esfuerzo y energía a emanciparnos de estas barreras para construir una identidad mucho más libre y poder navegar el mundo con libertad y plenitud.
En cambio, hay otra forma de educar que es a la que yo le apuesto: se basa en crear un campo muy fértil de oportunidades para que esa persona pueda desarrollar sus máximas capacidades, una forma de educación que abra puertas y ventanas; que al estar libre de prejuicios sea verdaderamente prolífica y llena de posibilidades.
Ahora, para entrar al tema de educación de crianza y de niñas, hay un punto clave que requerimos conocer y comprender. Desde hace mucho tiempo la sociedad buscó una forma de organización social que permitiera nuestra supervivencia como especie. Para ello se realizó una división en la humanidad, donde se separaron las tareas de las mujeres y los hombres. Existía un gran número de mujeres y fetos morían durante el parto o bebes que morían posterior a él. Así que las mujeres buscaban asegurarse que esto no sucediera, gracias a los cuidados que ellas tenían con otras.
Por su parte, el hombre era el encargado de salir, a un entorno hostil y peligroso y conseguir el alimento. Ellos debían proteger y proveer. Gracias a esta división de tareas, la especie sobrevivió. Sin embargo, las condiciones de entonces no son la realidad de hoy en día. La humanidad como especie ya no se encuentra en riesgo, sin embargo, las normas y mandatos que iniciaron entonces, siguen vigentes en muchas esferas de la vida de las mujeres y hombres.
En la actualidad, aún se espera que “naturalmente” las mujeres sean más pasivas, se encarguen de la crianza, reproducción y cuidado de los demás. Por el lado de los hombres, se espera de ellos que sean activos y se encarguen de proteger y proveer. Por supuesto, dichas ideas permean consciente o inconscientemente la forma en la que educamos a las niñas y niños.
Las niñas reciben los mensajes que les damos, las expectativas que les colocamos, cómo les tratamos y estimulamos. Conforme van creciendo, si no hacemos conciencia de nuestros sesgos como cuidadores, terminamos por dar por hecho que las personalidades de las niñas y niños “naturalmente” entran en estas formas preconcebidas de ser mujer y hombre. Una de los más caros costos que se pagan con esta generalización, es el que se encierra a las personas en una sola forma de ser y se termina por relegar su talento y por limitar sus sueños, desde la primera infancia.
Otra gran realidad que construyó esta diferencias hace miles de años, es la jerarquización. Siempre que dividimos, estamos jerarquizando; y en esta jerarquía las que quedamos abajo fuimos las mujeres. Como menciona Marina Subirats, concejala de educación y ex directora del Instituto de la Mujer en España, es impresionante saber que entre los 3 y 4 años una niña ya interiorizó al “masculino” como superior. Para entonces, una niña ya aceptó la idea de que su lugar es “por debajo de”, no a un lado. Por supuesto, esto es debido a la educación formal e informal que damos como sociedad; donde normalizamos la desvalorización hacia la mujer.
¿Cuál es la relación que existe entre la educación, la libertad y la felicidad? Si la educación que damos inicia libre de prejuicios, de mandatos y de expectativas de género, seguramente los mensajes que demos y cómo tratemos a las niñas también lo estarán; y así podremos entonces centrarnos en exponer la individualidad de las niñas.
Sin importar si es sensible, delicada, osca o aventurera. Ella y sus necesidades, serán nuestra guía sobre cómo acompañarles en el proceso de descubrir la vida.
Por otra parte, si somos conscientes de los retos a los que se enfrentan las niñas por crecer en una sociedad sexista que continuamente envía mensajes desvalorizantes, seremos capaces evitar e identificar nosotras mismas dichos mensajes y también dar herramientas efectivas y oportunas para prevenir que esto tenga implicaciones en su autoconfianza y autoimagen.
Una persona que crece en un entorno seguro, libre de prejuicios; y en un espacio que le valoriza, será una niña que tendrá muchas más oportunidades a su alcance y menos barreras internas a superar y por consiguiente, más posibilidades de ser feliz.
Las niñas pagan altos impuestos por crecer en una sociedad sexista
Hay cuatro altísimos costos que las niñas pagan al crecer en una sociedad sexista; donde a través de las diferentes esferas en las que se desenvuelven e interactúan, se envían mensajes que la desvalorizan. Ellos son interiorizados y reproducidos en sus vidas, sin que siquiera se identifique la toxicidad de los mismos.
Marina Subirats, en su libro “Co-educación, educar para la igualdad”, expone cuáles son estos impuestos que cobra la educación sexista y la sociedad machista. Al desconocerlos, solemos responsabilizar a las niñas o mujeres por “pagarlos” sin comprender a fondo cuál es la coresponsabilidad social y educativa que existe en este fenómeno social.
El primer impuesto que pagan muchas niñas es la baja autoestima. Ante un entorno que suele desvalorizarles, no es sorpresa que ellas duden de sus talentos y habilidades, que les atemorice tanto equivocarse. Muchas niñas crecen con el supuesto de que cuando logren la perfección, cuando cumplan con todo lo que se les exige, al fin serán vistas y valoradas. Incluso también son víctimas de la hipersexualización a la que las sometemos, donde enviamos el mensaje de que para adquirir un poco de poder y ser aceptadas, requieren cosificarse.
Las niñas tienen hoy la exigencia de ser lindas, dulces, suaves, pasivas, dóciles; no deben ser muy fuertes, ni mucho menos decidir por ellas mismas. Solemos enseñar a las niñas a cuidar más de su apariencia y cómo son vistas por los demás por encima de dar voz a sus necesidades e intereses. Los mensajes que reciben las niñas valorizan su cuerpo y su imagen por encima de su inteligencia y habilidades. Con el tiempo, comienzan a dudar de su propia voz y peor aún, de su propio juicio, permitiendo que otros tomen por ellas las decisiones de su vida.
Debido a esta sobrevaloración a la imagen de la mujer, se observa el tercer impuesto, un desprecio continuo a su propio cuerpo, uno que no cumple con los estereotipos de belleza. Existen altísimos índices de anorexia y bulimia en la juventud y un número escalofriante de niñas que se someten a dietas desde primaria.
El cuarto impuesto que pagan las jóvenes por crecer en una sociedad sexista es la búsqueda frenética por “conseguir y estar en pareja”. Se enseña a entregarse por amor, lo que afecta la calidad de las decisiones que toman respecto al tipo de relaciones que merecen.
Si bien, conocer estos impuestos no evitará que existan, sí nos darán más herramientas para prevenir que las niñas injustamente los paguen.
*Defensora de los Derechos Humanos, escritora y divulgadora con más de 13 años impulsando el desarrollo humano con perspectiva de género con audiencias académicas, gubernamentales y corporativas( Cimacnoticias)