Eduardo González Silva
¿Cuándo se perdió el miedo?
Las admirables imágenes solidarias de mexicanos que en diferentes ocasiones han extendido su mano a compatriotas afectados, por fenómenos naturales –temblores, inundaciones o tragedias como el incendio de la Guardería ABC-, quedaron opacadas con las vergonzantes escenas de otros mexicanos en plenos actos de rapiña.
Ya en las “benditas redes sociales”, habían circulado videos que daban cuenta de mexicanos en plena actividad de ordeña de ductos de hidrocarburos, hasta que sobrevino la desgracia más grande que se tenga registrada como la ocurrida en el estado de Hidalgo, el pasado 18 de enero, con la muerte de más de 100 personas e indeterminado número de desaparecidos.
No, no se aprendió la lección que se vivió aquél 19 de diciembre de 2010 en el sexenio del panista Felipe Calderón, cuando estaba como director de Petróleos Mexicanos, Juan José Suárez Coppel, y precisamente en San Martín Texmelucan, Puebla, pobladores de la región a pico y pala, perforaron un tubo de Pemex e hicieron una toma clandestina.
Ello ocasionó el inevitable derrame de gasolina, y la consecuente explosión que tuvo como resultado 29 muertos, 12 de ellos menores de edad, y 52 heridos. Y ahí quedó el desastre, nunca existió el llamado de la autoridad federal, estatal o municipal, para invitar a la población a que dejara de realizar ese tipo de prácticas, y menos aún la de legislar para tipificar al huachicol como delito grave.
No deja de sorprender el grado de temeridad de la población, para picar los ductos de Pemex, su infinita inconciencia de poner en riesgo su propia vida y la de los suyos, con tal de ordeñar ductos que contienen productos altamente explosivos.
La intervención del crimen organizado, llevó a que el fenómeno de la ordeña se convirtiera en práctica diaria en entidades como Guanajuato, Hidalgo, México, Veracruz, Puebla y Tabasco.
Por años, fue escándalo nacional que por la extracción de crudo, en el sureste del país, se reportó el derrame de aceite crudo, que ocasionó infinidad de problemas por contaminación, y la obligación de la entonces paraestatal de indemnizar a los vecinos de las comunidades afectadas.
Y luego cuando sobrevino el robo de combustible, nadie dijo algo, más que la complacencia de todos los implicados en impedir que el fenómeno llegara a los niveles que hoy se tienen.
La ordeña de ductos ha permitido a la delincuencia organizada tener suficiente combustible para movilizar a lo largo y ancho del territorio nacional, todo tipo de mercancía droga, piratería, productos robados, y por supuesto armas incluso de alto poder.
La pregunta es ¿cuándo los mexicanos perdieron el miedo para delinquir?, y aquí la respuesta no está en el aire, los responsables tienen nombre y apellido. Justo autoridades venales de todo tipo y nivel, que actuaron por lo menos en tres sexenios anteriores en complicidad. Para bailar un tango solo se necesita a dos, y la conjunción ha estado a pedir de boca.
A los mexicanos les enseñaron a vivir en la impunidad, que por delinquir no pasa nada, los espantados ministros de culto, cristianos o católicos, jamás han condenado a autoridad alguna por mantener en México la situación de inseguridad y de violencia que vivimos.
Los actos de barbarie (asesinatos, secuestros, mutilados, desaparecidos, colgados, destazados), cometidos entre unos y otros, se convirtieron en parte de la vida cotidiana en la sociedad, una sociedad mexicana complaciente, “yo no digo nada, mientras que a mí no me afecte”.
Si claro que el mayor porcentaje del huachicol reportado, está adentro de Pemex, la explosión llegó, ahora tarde o temprano descubierta la cloaca, sobrevendrá por una o por otras circunstancias la implosión, y que los mexicanos no alcanzamos siquiera a imaginar el tamaño y alcance que tendrá en ese ente estatal.