El español se extiende… la Ñ, de moda en China

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Ciudad de México l Actualmente, más de cien departamentos universitarios de China, Hong Kong y Taiwán enseñan español, y en cada curso se suman dos o tres más.
Esos programas tienen ya más 30 mil estudiantes matriculados cada año, a los que hay que sumar muchos miles de alumnos en escuelas primarias y secundarias o academias privadas, y de los que no hay cifras fiables. Por ejemplo, solamente el Instituto Cervantes de Pekín tiene 5 mil alumnos cada año.
UNA FECHA INOLVIDABLE
Todo esto es muy reciente. La enseñanza en español comenzó en China hace relativamente poco y en la precariedad más absoluta.
Testigo excepcional de este proceso es Chen Chula, una catedrática jubilada de español de 85 años que formaba parte del primer grupo de alumnos que estudiaron esta lengua en la universidad china, en 1952.
Tras el establecimiento de la República Popular China por Mao Zedong (1949), en el país no se hablaba español. Pero Pekín decidió organizar en el otoño de ese año una conferencia de paz de países de la cuenca del Pacífico, a la que llegarían delegados de América Latina. El Gobierno descubrió con horror que no había nadie que supiera español para servirles de intérpretes. El primer ministro, Zhou Enlai, ordenó a la Escuela de Lenguas Extranjeras que pusiera en marcha clases de urgencia.
Chen, que en 1952 estaba a punto de graduarse de sus estudios universitarios de francés, recibió junto a otros compañeros la orden de integrarse al nuevo programa de español. Las autoridades pensaron que los alumnos de francés podrían aprender más rápido los elementos básicos de este idioma.
Esta mujer recuerda con una amplia sonrisa que el día que les dijeron que tenían que estudiar español fue una “fecha inolvidable para nosotros”, ya que les cambió la vida para siempre.
El principal problema era la falta absoluta de medios, ya que no había libros ni profesores. “No teníamos nada”, rememora Chen.
La cuestión básica es que “entonces en China nadie hablaba español”, ya que los pocos que lo hacían se habían ido a Taiwán con Chang Kai Shek tras el final en 1949 de la guerra civil que llevó al poder a los comunistas encabezados por Mao.
La única persona que encontraron que supiera algo era Meng Fu, que había aprendido un poco como diplomático en Chile antes de la Segunda Guerra Mundial. A Meng se le ordenó dejar su trabajo en la organización de la reforma agraria e incorporarse a la escuela. De los primeros 15 alumnos, ocho eran estudiantes avanzados de francés.
NI LIBROS NI MANUALES
Así funcionaban entonces las cosas en China, si las autoridades consideraban que algo era importante, se ordenaba a las personas trabajar en ello, porque era su deber patriótico.
Otro problema grave que tenían los primeros estudiantes de español es que no había libros ni manuales. Solo se encontró un viejo diccionario español-cantonés, editado en Filipinas por misioneros españoles. Chen Chulan, nacida en Cantón, podía trabajar con él, al contrario que la mayoría de sus compañeros.
El profesor Meng y Chen Yongyi, un profesor autodidacta que posteriormente llegó a ser intérprete de Mao, elaboraron un folleto escrito a mano en el que incluyeron palabras y expresiones de uso corriente, como “hola, buenos días, señorita, comida, ¿cómo está usted?”
El primer paso fue el estudio de la fonética. Meng les explicó la pronunciación y las reglas de acentuación en justo tres horas. Las clases de conversación duraron apenas dos semanas.
La conferencia tuvo lugar en otoño de 1952, con 110 delegados latinoamericanos, y aunque los traductores salieron del paso su español era muy básico.
Chen recuerda una anécdota muy divertida, en la que un compañero suyo, traductor del chileno Pablo Neruda, llevó a éste al zoológico de Pekín y, una vez allí, le dijo que iban a ver “un cerdo grandísimo”. “Tonto, es un elefante”, respondió el poeta al verlo.
Acabada la conferencia, el primer ministro Zhou ordenó crear programas de español en la universidad y en febrero de 1953 comenzaron las clases, con Chen Chulan a la vez como estudiante avanzada del primer grupo y ayudante de Meng.
Para entonces ya tenían dos manuales de español traídos del Ministerio de Comercio Exterior de la URSS, pero que hubo que traducir del ruso. “Teníamos un profesor, dos manuales y dos libros”, recuerda Chen.
Chen cuenta entre sonrisas que el “pobre señor Meng” dimitió tres veces, deprimido porque los alumnos planteaban dudas para las que no tenía respuesta, como la lógica de los verbos irregulares. Sin embargo, el rector de la ya nombrada como Universidad de Lenguas Extranjeras siempre acabó convenciéndole de que su deber patriótico era continuar.
La esposa del pintor chileno José Venturelli, que participó en la conferencia de paz y se quedó en Pekín, fue “la salvadora”, pues dio clases y asesoramiento sin cobrar.
Después llegaron profesores españoles, exiliados que dejaron el país tras la Guerra Civil y que llegaron a Pekín procedentes de Rusia. (Fuente/Efe)

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