Argentina Casanova*
El dolor de ser México
A Miroslava, a Miriam, a Javier… y a tantos nombres acumulados en esta lucha de vivir en México
Cuando la sociedad mexicana en 2007 empezó a ver en las noticias que aumentaba el número de “ejecutados” y “desaparecidos” lavó su conciencia argumentando que “en algo estaban metidos”. Los años empeoraron la situación y cada vez cuando pensábamos que las cosas no podían empeorar siempre ocurría algo que nos mostraba que el escenario se agravaba por la suma de la impunidad del Estado y libertad de los actos del crimen organizado, hoy nos damos cuenta que la realidad supera cualquier pesadilla.
Primero ser joven y pobre era suficiente para ser criminalizado y que la sociedad justificara los “levantones”, argumentando que seguro estaban metidos en el narco; las y los periodistas empezaron a documentar y a cubrir, poco a poco empezaron a documentar el horror y otros y otras eligieron no solo documentar sino convertirse en monitores de lo que estaba sucediendo y tener intervenciones más activas.
Luego era ser mujer, ser hombre, ser defensor y ser periodista, y hoy día la sociedad mexicana prefiere en general mirar hacia otro lado, pensar que eso no le va a pasar, intentar creer que eso está ocurriendo en otro territorio, otro estado, en el “norte” o en “el centro”, en cualquier parte menos donde está parado.
Nadie quiere saber las malas noticias y, como dijo Javier (Valdez Cárdenas), el compañero periodista de Sinaloa asesinado esta semana “el periodismo está solo”. Lo sabe cada uno de los y las que han decidido hacer algo por su país, ser congruentes, ser honestos y honestas, denunciar la corrupción, denunciar el vínculo entre el crimen organizado y muchos servidores públicos que se han coludido y que tienen secuestrado al país.
Por cada periodista asesinado, por cada defensora asesinada se multiplican las personas temerosas y que prefieren callar y ser cómplice, no disentir, agachar la cabeza y pretender que nada está sucediendo.
Lo cierto es que nos despertamos cada día con un deseo de evasión, ya no basta evitar los noticieros, la realidad nos alcanza en lo íntimo y en la más mínima disidencia u opinión contraria. Porque en medio de la impunidad corrupta y los asesinatos del crimen organizado los que ganan son esos políticos enfermos de poder que mandan asesinar a periodistas o a defensoras, confiando que en medio de la guerra lo que sobran son los muertos.
¿A dónde podemos ir? No se puede, aquí estamos. Somos una nación secuestrada en la que un día marchamos exigiendo justicia y que se deje de criminalizar a las mujeres, culpándolas de ser asesinadas, exigiendo a las instituciones que se tomen en serio el trabajo para cumplirle a las víctimas y a la siguiente semana quisiéramos salir a marchar y hacer una protesta por un periodista asesinado, pero nos gana el trabajo y nos gana la tristeza y la melancolía de estar viviendo en un país secuestrado.
Luchamos con la corrupción de servidores públicos que en vez de invertir en medicinas y equipamiento ser roban el presupuesto, en vez de cumplir con los servicios que tendría que garantizar se justifican con globos rosados para decir que sí hay acciones para la prevención del cáncer de seno que está matando a miles de mujeres “por una muerte evitable”.
En México son asesinadas tantas personas que el país se ubica solo detrás de Siria, que está en guerra, en medio de una situación caótica y bombardeos que expone ante el mundo una realidad atroz, pero en México vivimos una aparente paz en la que convive la violencia simulada a la que nos hemos acostumbrado y normalizado al punto de aceptar cada día más y más desapariciones, tortura, asesinatos y trata de personas.
Somos el país en “paz” y en democracia con más violencia social y estructural que se haya visto jamás en América Latina, esforzándonos porque el resto de los que aún quedamos no se deje abatir por la desesperanza.
No son muertes naturales, es violencia social y violencia estructural, el abandono y desinterés institucional, es la omisión de las instituciones que están matando a las mujeres y hombres, negándoles servicios médicos de calidad, dilatando el acceso a la justicia, permitiendo la fuga de los homicidas, abandonando a su suerte a los padres y madres que buscan los restos de sus hijos e hijas desaparecidas, niñas víctimas de trata, en un país que parece no tener corazón, porque si lo tuviera no hay forma de soportar todo lo que estamos viviendo.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.