Jorge Mandujano
- Instrucciones para tener miedo (Tercera parte)
A Carlos Navarrete
No puedo seguir escribiendo.
Así debiera comenzar esta tercera entrega. Algo (o alguien) me manda las frases a otro párrafo. Más allá de que —a ratos— se me dan las sintaxis alrevesadas, ahora no puedo seguir. Qué tal eso.
Avanza la noche en el corazón de San Roque, donde todas las noches de toda la vida se escuchan voces y cánticos y llanto y un nada confiable hasta mañana.
Aquí en San Roque suceden las historias más hermosas del mundo.
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La semana pasada escribí sobre La Niña de Sanborns. Quedamos en que, en un segundo piso, en el ahora tenebroso pasillo que da a los lockers y los baños, terminaba por seguir, y perseguir, a las y los trabajadores de ese gran tiendota, cuya primera sede tuvo por cándida morada la llamada Casa de los Azulejos o también conocida como La Casa de los Condes, sobre las frías anchuras del Centro Histórico de la gran Ciudad de México. Un espacio memorable, en tanto Villa y Zapata se vieron por vez primera, luego que sus teletipistas (de lujo, por cierto): Renato Leduc, para el del Norte, y Juan de la Cabada, para el del Sur), los unieran en un “desayuno”, con pan y chocolate, olvidados de la violencia cabalgada abierta las 24 horas.
Esa grosería de edificación tiene su muy particular historia: “La leyenda corre. Se cuenta que la remodelación de este edificio fue debida a una frase que don Rodrigo de Vivero y Aberrucia expresó a su hijo. El padre, además de haber escrito un “Tratado de economía política”, varios “Discursos” y una “Relación” respecto del naufragio al que sobrevivió cuando venía a establecerse a la Nueva España, fue nombrado Conde del Valle de Orizaba. Un día, cansado de que su hijo Nicolás no tuviera mayor actividad que la parranda y el desmán, derrotado expresó: “Hijo, tú nunca harás casa de azulejos”. Nicolás Diego de Velasco reaccionó y, años después, mandaría a rehacer aquella casa con los mosaicos y la cantera enramada que hasta la fecha la caracterizan. Los descendientes del Conde de Orizaba residieron allí hasta 1871.
Por su importancia y ubicación estratégica, el inmueble participó de varios sucesos históricos: aparece en la acuarela que retrata la entrada de Iturbide en 1821 con el Ejército Trigarante; fue escenario del asesinato de uno de los descendientes de don Rodrigo durante el Motín de la Acordada (asesino que públicamente fue ejecutado enfrente, en la Plaza Guardiola); en el porfiriato fue sede del Jockey Club (al que Gutiérrez Nájera dedicó un largo poema); durante la Revolución Mexicana fue sede de la Casa del Obrero Mundial y propagandista del muralismo mexicano (en la pared que lleva al segundo nivel se hallan los murales Omnisciencia, de José Clemente Orozco, y Pavorreales, del artista europeo Pacologue). A partir de 1917 se inauguró el restaurante propiedad de los hermanos Walter y Frank Sanborns: desde entonces, los azulejos, la cantera labrada, los barandales de hierro forjado, los guardapolvos revestidos de talavera, las columnas, vigas de madera y el elevador han sido anfitriones de una larga lista de comensales sobre los que bien valdría hacer una larga historia.”
La primera tienda se abrió en San Francisco 6, en lo que hoy es el Centro Histórico, y después inauguraron otras dos sobre la misma calle. Posteriormente, en 1919, Frank, que se quedó al frente del negocio, compró el inmueble de la calle de Madero. Cerró las tres tiendas y concentró su operación en un solo local, majestuoso: la Casa de los Azulejos. En 1985, cuando ya había 35 tiendas con 6,500 empleados, el Grupo Carso, de Slim, compró la cadena Sanborns, con lo que se mexicanizó la empresa. En la actualidad tiene 104 tiendas y 18 mil empleados, con 62 sucursales en el Distrito Federal y 42 en provincia. Hablar de Sanborns “es hablar de nuestro país, de nuestra historia, de nuestras costumbres, de nuestra tradición, de nuestra herencia. Sanborns es México”, puntualiza una edición especial por el aniversario número 100 de la tienda. Y pregunta: “¿Quién no tiene una historia donde Sanborns sea el protragonista principal?”. Decía el buen Carlos Monsiváis: “Sanborns no era un café más, era el café a donde iba todo el México institucional a desayunar. Recuerdo haber visto a Novo, a López Mateos, a Tamayo… Sanborns representaba la combinación de un México que quiso americanizarse con el México de las instituciones. Era un sitio de encuentro con atmósfera de respetabilidad”.
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Volviendo al tema de La Niña de Sanborns, el de aquí, de Tuxtlita La Bella, he hablado con muchas y muchos trabajador@s de esa incuestionable seducción que abre a la Plaza Boulevard. Don José (“Pepito”, para el escribidor), vallet del baño de caballeros desde la génesis del único sitio donde venden los cuadrados chiclosos de nuez, ahora se apunta a la “discutisión” y añade la hipótesis de la niña “violada y muerta de un golpe en la cabeza con una piedra de demolición”, muy cercas de donde antes quedaba la Conasupo.
CORTE A…
Cuando construían la parte de arriba del restorán, la “de atrás”, uno de los albañiles que, por obvias razones, trabajaban el turno de la noche, llevó a su niña con él, en tanto su madre estaba en espera del segundo bebé. En una de las ominosas distracciones, la niña cayó desde la segunda planta y se perdió sobre el aún fresco “colado”.
Años más tarde, Don Felipe Consospó atendió un grave problema de fuga del drenaje que pasaba por debajo de la mismísima barra del bar del Sanborns. De hecho, no sólo se advertía la humedad que avanzaba sobre la zona de los comensales, sino que el olor fétido llegó a ser tan insoportable, que la gerencia terminó por retirar los muebles del bar hacia la zona del restorán, para permitir un mejor margen de maniobra.
En la búsqueda del origen de la fuga, los muchachos de Don Felipe trabajaban en la parte alta para recorrer las tuberías y establecer un diagnóstico. En lugar de bajar a entregar resultados, terminaron yéndose. El motivo: alguien les escondió sus herramientas y terminó por desaparecerlas.
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A un lado de las raras escalinatas para ingresar al Sanborns, se halla el llamado “Andén”. Se trata del acceso para todas y todos los trabajadores de la empresa, y quienes no tienen permitido, por protocolo, entrar por la puerta principal. Lo del “andén”: éste se abre cada 30 minutos (tanto para quienes entran, como para quienes quieren salir). Así que hay que esperar, en ambos sentidos, como esperando el tren, tal cual Penélope. En fin. De allí su bendito nombre.
Por ahí entran quienes a diario te sirven los famosos Tacos Fritos del Sanborns, las Enchiladas Suizas, las Tostadas de Pata o los tan insufribles pasteles de chocolate Por allí entran también las mujeres que te atenderán más tarde en los baños. Los vendedores de libros, la que te pesa los chiclosos de nuez, las variadas semillas para llevártelas al bar; la que te vende las bolsas de “imitación piel”, la güera de las joyas más bellas del orbe. Por allí transita ese cardumen humano que, a ratos, se nos pierde de vista mar adentro.
Pero por allí salen, también, quienes ya tramitaron su jornada. Quienes no quieren hablar sino dormir. También adviene de la trastienda una suerte de muchachada rebelde, incansable, quien, a estas alturas del país, convoca a la delincuencia amorosa. A trazarse por lo que resta de la noche sobre la ciudad, “a cazar fantasmas”, “a tatuar el humo”.
Pues es por allí, por donde el trovador Vicente Rodríguez se topa con el “maestro de obra” del trabajo del bar. Su respuesta: La Niña del Sanbors corrió a sus chalanes. Les robó pieza por pieza de su herrramienta, hasta apanicarlos. Tuvo que quedarse solo, hasta que sintió un calosfrío que lo obligó a partir a casa. El mismo que, más tarde, terminó por asistirlo hasta el camposanto.
Doña Lulú no tiene miedo:
La señora Lourdes (doña Lulú), encargada del baño de mujeres, confiesa al “investigante”: -“No sólo las señoras. Acababa de llegar “una nueva” a trabajar. Y, al final de la chamba, le pidió a una señora de la cocina que la acompañara hasta que se cambiara frente a los lockers. Total, que, mientras que la señora se metió en el baño, ella intentó sacar sus cosas del vestidor. En ese momento comenzó a cantar una niña. Se metieron a ver de dónde el canto, y nunca dieron con ella… y ya no volvieron a aquí, por temor a toparse con el triste canto de La Niña de Sanborns.
Esta historia continuará…
Voz en off
No temas adonde vayas, que has de morir donde debas: letrero en la parte trasera de un camión de volteo en La Habana.