Yolanda Pardo
El miedo, la indolencia, la baja auto estima son factores que inciden en la paralización de sueños, anhelos y metas personales.
Es muy fácil instalarse en una zona de confort y desde ahí pensar que va saliendo. Contemplar desde una ventana la lluvia y no mojarse, ver salir el sol y no calentarse, instalar la mirada en los verdes campos, en los árboles frondosos y en la diversidad de espectaculares paisajes y flores y no acercarse a oler su aroma o a respirar el aire puro con la naturaleza.
Es cómodo pero frustrante enterarse de como otros hacen lo que uno puede y pudo hacer y verlos llegar al éxito,” lo pude haber hecho y mejor, pero no lo hice”, nos decimos desilusionados de nosotros mismos.
Cuando vemos a mucha gente deshacerse en elogios, en muestras de cariño por alguien a quien admiran sobre todo, porque les dio satisfactores o motivos de alegría, es factible preguntarse, yo arquitecto, yo poeta, yo escritor, yo abogado, con mis grandes obras de todo tipo en todos los aspectos del quehacer, del arte y de la creatividad, ¿qué le he ofrecido a mis semejantes, por qué no reconocen mis obras, mi trabajo. ¿No lo he hecho bien o simplemente los demás no valoran mi obra?
No entendemos el por qué el tiempo vuela, dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy, posponemos nuestras metas, alejamos nuestra misión y dejamos que pase el tiempo y con la nuestra vida sin enterarnos.
Cuando nos damos cuenta, ya puede ser demasiado tarde. El puesto que nos correspondía está ocupado por otro, el libro o el escrito que teníamos en mente, ya lo publicaron y nuestro proyecto ya fue realizado, pareciera que ya no quedan más ideas.
El dejar pasar oportunidades se lamentará toda la vida, si no lo concientizamos ahora que aún tenemos vida. Al menos hay que intentarlo. Dicen que nuestros tiempos son perfectos, aunque creamos que los hemos desperdiciando, porque todo lo que pasa es por un bien mayor o porque las circunstancias del momento no eran propicias.
Es lamentable no haber aprovechado ciertas oportunidades, pero más, dejar ir las que están por llegar. Aquí viene a cuento ese hombre que, cargado con un costal de piedras, se queda sentado a la orilla de la playa, entreteniéndose toda la noche arrojando una a una a la inmensidad del mar. Al amanecer, ya sin la mayoría del contenido de su carga, se da cuenta que lo que traía en su costal, eran ni más ni menos piedras preciosas. Apesumbrado se lo dijo a un amigo agregando que había desperdiciado un tesoro y que sólo le quedaban unos cuantos diamantes, esmeraldas y rubíes. Recibió entonces un sabio consejo: las que tiraste ya no las tienes, ya no puedes recuperarlas, ahora esmérate en pensar qué vas a hacer con las que te quedan.
Así, las oportunidades que dejamos ir, ya no volverán, pero todavía nos quedan unas cuantas piedras preciosas y esas sí hay que aprovecharlas al máximo, poniendo nuestro mejor esfuerzo, salir de la zona de confort haciendo algo diferente para capitalizarlas, hasta que nos reditúen lo que esperamos. La decisión está en cada uno de nosotros.