Ciudad de México l El pianista canadiense Paul Bley (Montreal, 1932) falleció en su hogar, rodeado de su familia, a los 83 años de edad, luego de indicar a legiones de músicos el camino a seguir en pos de la belleza. Convirtió el arte del jazz en una música con poderes espirituales, una mística y sobre todo una poética que le es inconfundible. A partir de él se dejó de utilizar la palabra jazz para crear “música de arte poética”.
El deceso ocurrió el domingo, pero fue hasta ayer martes que su hija, Vanesa Bley, envió una carta al periódico Ottawa Citizen para acallar los rumores y desmentidos que se suscitaron desde el sábado.
La muerte de Paul Bley es un parteaguas en la historia de la música.
Su trascendencia estriba en su condición de poeta revolucionario.
Antes de él, el jazz era una música de entretenimiento. Después de él, la música es reflexión, crecimiento espiritual, experiencia poética.
Su primer disco, Introducing Paul Bley, ya está marcado por su estilo entero. Además, cobijado por gigantes siempre, en ese caso por Charles Mingus y Art Blakey.
Paul Bley pobló el Olimpo de sus conciertos y grabaciones discográficas con deidades: Charlie Parker, Ornette Coleman, Charlie Haden. Et al.
Fundó, prácticamente fundó el formato trio (contrabajo, batería, piano) como una herramienta para lograr profundidad de contenido.
Sin las enseñanzas de Paul Bley, por ejemplo, no existiría Keith Jarrett, seguidor del estilo de su maestro. Y una pléyade que abreva en el manantial poético del formato trío y las prolongadas incursiones a piano solo: Brad Mehldau y Joachim Kühm, entre otros cultivadores de belleza.
Su discografía es imponente, no tanto por la calidad sino por el impacto emocional y anímico. Por ejemplo, el bello disco Diane, que grabó con otro alucinado en meditación permanente: Chet Baker.
Su legado está en el disco Solo in Mondsee, grabado en 2001 en los Alpes austriacos con un Bösendorfer imperial grand piano: 55 minutos de meditación profunda en tema y diez improvisaciones guiadas por su poderoso instinto poético, su capacidad de crear armónicos y atmósferas de elevado octanaje emocional.
Ese disco se publicó seis años después, como un homenaje de Manfred Eicher, el creador de la disquera alemana ECM, a Paul Bley en su cumpleaños 75.
La trayectoria artística de Paul Bley se inició desde que era niño y estudiaba violín. Cambió al piano y luego estudió composición en la Julliard School of Musica de Nueva York, donde se mudó para luego trasladarse a Los Ángeles, en otro de los muchos epicentros de su revolución musical, que incluyó por supuesto los países nórdicos, donde sí fue comprendido a cabalidad su lenguaje poético. Fue ahí donde la palabra jazz pasó a tercer término. Estamos frente a un revolucionario musical, no frente a un simple “jazzista”.
Entre sus colaboraciones más importantes figura el trabajo con otra revolucionaria: Carla Borg, quien cambió a Carla Bley cuando contrajeron matrimonio. La segunda esposa de Paul Bley, la cantante Annette Peacock, también contribuyó a la evolución estética de los contenidos siempre cambiantes del pianista.
En su álbum In a Row, Paul Bley da un vuelco a otra revolución cultural, el sistema atonal creado por Arnold Schoeberg y, como lo indica el título, utiliza las secuencias tonales (tone-row, o el original en alemán: Reihe, o Tonereihe) para establecer estructuras cromáticas asombrosas.
Muchos se quedaron en la definición pretérita de Paul Bley, como uno de los ejecutantes más originales del be bop. Hay otros territorios poco explorados de su carrera, como su etapa electrónica y su uso peculiar de los sintetizadores Moog.
El experto Joachim E. Berendt lo define así: “Paul Bley tocaba en los años sesentas un free jazz afable y humorístico. Más tarde se convirtió en un esteta cuyas líneas tranquilas y frágiles parecían congelarse en el tiempo como cristales de hielo”.
Esa capacidad meditativa, esa actitud zen, es la característica más apreciada de este poeta de sonidos, este artífice de lo sublime en música.
Adiós Paul Bley, maestro de la imaginación poética.