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EDITORIAL

Odebrechot

Odebrecht llegó a México y con todo; incluyendo la elección de 2012.
Ante eso y en conferencia de prensa, Emilio Lozoya Austin, exdirector de Pemex, señaló que “no existe prueba alguna, evidencia y elemento que sustente la acusación de soborno” de parte de la empresa en cuestión.
Pero es México, tierra de corrupción.
Una nación en la que es difícil meter las manos al fuego por un funcionario público, aun destaque a todo pulmón que las licitaciones que ganó Odebrecht se realizaron conforme a la ley, pues todos los contratos debían ser aprobador por el Comité de Estrategia de Inversiones, y al decir eso, todos voltearon a ver esos nombres.
¿Quiénes son los que integraban dicho comité?
Insiste en que en la carpeta de investigación de la PGR sobre el caso Odebrecht no existe ninguna prueba de que recibió sobornos, y que es el primer interesado en aclarar mentiras y limpiar su nombre.
Y ese es problema: México tiene una clase política y administrativa siempre situada en el beneficio de la duda, y con estas acusaciones, solo se incrementa la certificación popular de que “lo pusieron en dónde había”, que está más allá de los fallos de jueces.
O sea que muchos mexicanos no dudan ni tantito, de lo que lo acusan, por acuñadura de tantos que en los puestos públicos han robado, recibido diezmos o aceptado soborno.

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