Las tiendas en Tuxtla ahora en su mayoría cuentan con rejas para prevenir asaltos.
AL SON DEL TEXTO

Al Son del texto

Tina Rodríguez

A Anayensi, y la gran aventura de ser madre de Ana Luisa

Hay cosas que ni notamos en la gran ciudad tuxtleca, para muchos hermosa, para otros sucia, y los que han viajado pues descuidada, sin gracia urbana.
Tenemos una ciudad que a veces no ve, por ejemplo, que no abundan como en otros lugares, los bandoleritos en los mercados, las noticias de asaltos en la vía pública que asolan a Acapulco, Cancún o Puerto de Veracruz e incluso Villahermosa, y sí, destacamos por lo que sea en las redes cosas pequeñas como muy graves, como si fueran sucesos de Tamaulipas u otros lugares en los que el crimen organizado sentó sus reales.
La Tuxtla de hace treinta años ya no existe, con sus puertas abiertas y tiendas sin enrejados. Eso es cierto. Más vale prevenir que lamentar, porque recordando aquello de Rubén Blades “hasta para ser maleante hay que estudiar”, los amantes de lo ajeno aprovechan cualquier descuido derivado de la confianza, y actúan con rapidez, y es por lo que las tienditas de la esquina tienen rejas.
Ya hasta las tortillerías.
Observando eso, baches o falta de alumbrado, se registra una operación hormiga todos los días que no valoramos en lo que cabe y a lo mejor por eso, las autoridades no han actuado.
Cientos de pepenadores actúan todas las mañanas en Tuxtla. Su labor es con fines de lucro, desde luego, pero colateralmente realizan una labor ecológica al levantar latas y plásticos de difícil degradación por parte de la tierra.
Miles de toneladas de estos desechos se van a sus bolsas e incluso triciclos los mejor acondicionados, los cuales son entregados a centros de acopio que desde luego son los que los comercializan en gran volumen.
Pero aparte encontraron esos cientos o miles de pepenadores, una ocupación digna y organizada, pues no hay escenas en la labor por la disputa de la basura. Sacan en la talacha, remedio para su demanda en casa y eso es bueno.
Imaginemos todo eso en rellenos sanitarios como metales y plásticos que no son biodegradables, y que le cuesta cientos de años a la naturaleza desintegrar cuando no contaminan la tierra. Es una labor desapercibida, sin sueldo fijo y sin derecho laboral alguno, pero están ahí cuando es día de sacar la basura de casa al paso del camión recolector.
A estos trabajadores del servicio de limpia pública igual le echan la mano: son toneladas que no “levantan” porque antes pasaron los pepenadores y el camión no va tan saturado de lo que en las casas tuxtlecas consideramos es basura.
Para esa gente no, es dinero, su modo de vida.

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