INTERNACIONAL

Rusia teme precio alto por mejorar relación con EU

Moscú l Mientras la posición oficial de Rusia es que el mandatario estadunidense, Donald Trump, emite señales positivas que permiten esperar que la relación bilateral entre Moscú y Washington dejará atrás la confrontación que marcó los tiempos del anterior inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, intramuros del Kremlin crece la preocupación de que Estados Unidos llegue a exigir un precio demasiado alto para sellar un eventual entendimiento.
Hasta ahora, a partir de declaraciones de prensa y tuits esporádicos del protagonista de moda, es prematuro anticipar cuál será la política de EU respecto a Rusia.
Tampoco ayudan los estereotipos –la supuesta simpatía recíproca de los presidentes, es el más recurrente– creados por los medios de comunicación a partir de declaraciones mal traducidas: cuando Putin dijo en ruso, por poner un caso, que Trump era un candidato “yarky” las agencias noticiosas se disputaron la primicia de difundir que el presidente ruso lo calificó de “brillante”, en lugar de lo que dijo (Trump es un candidato “llamativo”, “poco común”).
Y con este tipo de equívocos, que ponen en entredicho las premisas del punto de partida, es muy difícil prever si Moscú y Washington tienen, en realidad, la voluntad de hacer concesiones para superar sus desencuentros.
Además, al margen de lo que pueda atribuirse a Trump por lo que afirmó o calló en la enésima entrevista de prensa –harto de tantas interpretaciones acaba de lanzar que “no conozco a Putin ni tengo negocios en Rusia”–, el equipo de colaboradores que rodea al inquilino de la Casa Blanca, desde el segundo de a bordo, el vicepresidente Mike Pence, hasta los más influyentes miembros del primer círculo presidencial nunca se han distinguido por tener una opinión favorable al gobierno de Putin.
No es complicado encontrar en Internet numerosos enlaces a lo que esos artífices de la política de Trump piensan del titular del Kremlin y de su política en Rusia.
Pero si tomamos sólo a Trump –con base en lo que ya está sobre la mesa o, más bien en los cables de agencias–, lo único claro es la ambigüedad y hasta incongruencia de sus planteamientos sobre Rusia y el total desconocimiento público de qué es lo que quiere del Kremlin.

Hay demasiadas preguntas, aún sin respuesta:

¿Puede Rusia ser un firme aliado de EU en la lucha contra el llamado Estado Islámico en Siria y, al mismo tiempo, como quiere Trump, romper con Irán –aliado de Moscú en ese combate, aunque con sus intereses particulares– al cual el mandatario estadunidense denomina el “mayor promotor del terrorismo”?
¿Va a mandar Moscú, más allá de los grupos de combatientes a sueldo tipo el “ejército privado de Wagner” que lleva meses operando en la zona, tropas regulares a Siria para derrotar a los yihadistas?
¿Puede aceptar Rusia, cual vasallo que no es, que Estados Unidos, como quiere Trump, lo desplace del mercado europeo del gas natural, uno de los principales renglones de los ingresos rusos?
¿Acaso Rusia está de acuerdo en renunciar a modernizar su arsenal nuclear –su mayor argumento para exigir un trato de igual– a cambio de que Trump reconozca que Crimea es parte de su territorio?
¿O tal vez quiera dejar de apoyar a las regiones pro-rusas del este de Ucrania si EU levanta las sanciones en su contra?
Basta con estas cinco interrogantes tomadas al azar, de una relación que puede aumentarse sin problema alguno, para comprender que la relación entre Moscú y Washington sólo puede ser el resultado de una áspera negociación que todavía no ha comenzado.
Aquí, para consumo interno la televisión rusa –que, en menos de un mes, pasó de hablar pestes del anterior gobierno de EU a destacar virtudes que el nuevo no tiene– sigue sin apartarse del guión de que Trump no puede ser peor que Obama y que vendrán tiempos mejores.
Entretanto, para empezar el inevitable estira y afloja, Putin espera las primeras ofertas de su extravagante e impredecible colega estadunidense, quien se enreda cada vez más en la problemática interna de EU por el repudio que provocan sus polémicas órdenes ejecutivas. (Fuente: La Jornada)

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