OPINIONES

El Palo que Habla

Jorge Mandujano

Esquina bajan

Para toda la muchachada preparatoriana de aquellos inolvidables días

Hace ya algunas décadas (y vean que no digo años, adelantándome al consabido uuuhhh!!!), un reducido grupo de contumaces preparatorianos encabezados por este soflamero escribidor, emprendimos un singular movimiento en defensa de la economía de nuestros padres y de la sociedad tuxtleca en su conjunto.
Entonces, el transporte colectivo reposaba, en su inmensa mayoría, en manos de quienes operaban los camiones llamados treinteros, en tanto cobraban 30 centavos por pasaje. Esto, luego de haber dejado esa piel de la serpiente que les había conferido una rara por inexistente identidad en el sur sureste mexicano: llamarse Veinteros.
Luego de la decisión de mover o, más bien, separar la Secundaria de la Preparatoria y la Normal del viejo edificio del ICACH, los referentes de la ciudad estaban puntualmente delimitados. Quienes vivieron aquellos benditos tiempos, no me dejarán mentir: la ruta de los treinteros terminaba donde moría la ciudad: en la Penitencería del Estado, mejor conocida como “La Peni”, cuyo dulce calificativo nada tuvo que ver, nunca jamás, con el trato proferido a sus huéspedes.
El camión daba la vuelta en el retorno entre el Hotel Bonampak y La Peni. Luego se trazaba sobre el boulevard, pasaba por el Mercado Viejo, volvía a “bajar” a la Avenida Central hasta trazarse sobre el otro boulevard llamado Ángel Albino Corzo (raro por reiterativo nombre éste: un Ángel Albino), y torcer sobre La Caminera (frente a la prepa).
Entonces, la Refresquería “La Fuente”, ubicada en mitad del andador de Catedral y a la vuelta del Colegio de Niñas, ofertaba los hits de las bandas del momento: Beatles, Rolling’s, Creadence, Door’s, Black Sabat y La Revolución de Emiliano Zapata, con su Nasty Sex, poblaban las rocolas de una Tuxtlita La Bella que tuvo en los 60 y los 70 su máxima expresión. Épocas que fueron punto y final de partida. La metamorfosis de pueblo a ciudad, sin ir más lejos.
La cinta Cuando los dinosaurios dominaban la tierra, exhibida con éxito en el nuevo cine Vistarama Tuxtla, del entrañable Milo Serrano, cobró aplastante realidad, en mitad de un triste, corrupto y arbitrario sistema político, que sólo se distinguía del resto de los países latinoamericanos porque estos dictadores eran civiles.
Aquí, donde nos tocó vivir, los diarios nacionales llegaban tarde (como la misma Revolución, que nos llegó ya en tiempos de paz, diría el difunto Laco Zepeda), de manera semanal y escasos. Nada que se pareciera a los estados del Norte. Porque, como hasta ahora, para el señor Presidente y amigos que lo acompañan, la frontera de México es sólo la que se traza con el Norte: el Sur no existe. De ahí la tardanza de la llegada de los medios: nada más triste que vivir desinformado. Bastó el levantamiento armado zapatista, en 1994, para tener acceso a los diarios nacionales diariamente, aunque suene tautológico.
Sabrosa está la vida cronicada, pero da la casualidad que no gobierno ni el tiempo ni el espacio en este medio.
Total, que a los transportistas de aquella bendita época setentera se les antojó subir, sin decir ¡aguas van!, la tarifa a 60 centavos. Como presidente del Consejo Estudiantil, antítesis de la oficial Sociedad de Alumnos, apoyada por mi entrañable director Romeo Bustamante Abadía, mejor conocido como “El chamaco moderno”, y entonces presidida por aquel muchacho llamado Luis Enrique Pérez Mota (¿lo recuerdan?), arengué –quizá de manera irresponsable- a la muchachada para que tomaran camiones y luego los llevaran hasta el patio del Cecyt-Icach (la prepa, pues), hecho que generó una revuelta incontrolable, en tanto para los púberes canéforos secuestrar camiones se les hizo tan divertido como arriesgado, y estúpido para quienes los veían impávidos desde la acera de enfrente.
Por supuesto, los usuarios, tras escuchar nuestra “explicación de motivos”, terminaron por abandonar los autobuses, no sin antes echarnos las porras de aliento necesarias para el movimiento.
La Sociedad de Alumnos, más bien su líder, mi gran amigo Luis Enrique, tuvo que unirse al movimiento tan sólo para no perder liderazgo.
La noche de ese mismo jueves de abril que habíamos tomado los camiones (16 en total), y cuando se especulaba con un posible golpe de Estado en nuestro país, tan sólo una veintena de “jóvenes beligerantes” quedábamos, de los mil o dos mil entusiastas “revolucionarios” del mediodía, a quienes la toma de camiones se había arraigado en su cabecita como la secuencia más emblemática de la cinta “Estado de Sitio”, de Costa Gavras, retirada de manera nonata de la cartelera de los cines de Tuxtlita La Bella.
—¡¡¡¿Dónde está Luis Enrique Pérez Mota?!!!, gritó desde la malla que cubría los campos de la prepa el cacique transportista. En respuesta, el aludido (Luis Enrique), comenzó a temblar ante tan estridente y amenazador citatorio. Luego de acercarnos los dos hasta la malla, acordamos ir con ellos, en sus autos, a un primer encuentro, en una casa adonde nunca nuestros padres hubieran llegado
Sin acuerdos, y al filo de las 4 de la mañana, pactamos una segunda reunión para la tarde del día siguiente. Esta vez, en el Paraninfo del legendario ICACH. A la hora del loco, diría mi abuela: las 3 de la tarde.
Para no cansarlos, los transportistas proponían “un incremento razonado, sin que nadie saliera perdiendo”: 60 centavos para las y los parroquianos, y 30 para los estudiantes (¡¡¡yupiii!!).
Nada bobos y ávidos lectores de –por lo menos- “Marx para principiantes”, de Rius, sabíamos de cierto que los estudiantes no constituíamos una clase y que, por lo tanto, permitir el desmedido aumento a nuestros padres, nos golpeaba, en tanto eran ellos quienes pagaban nuestro transporte. Quedó en 40 centavos, parejo.
Fin a esta historia preparatoriana.
Vaya toda la retahíla de insufribles líneas cronicadas, y tomando en cuenta los últimos sucesos, diría el buen Silvio Rodríguez, para considerar lo siguiente: El Gobierno del Estado de Chiapas, vía su secretario de Transporte, habita hoy día un galimatías que habría que joderse para desenredarlo. Por un lado, hace varias semanas, y tras sentarse a negociar con ese sector por el bloqueo de importantes vías, se anunció felizmente que NO había habido negociación alguna respecto del alza a las tarifas del transporte. Nadie, ni representantes de los medios ni sociedad civil, lograron explicarse a qué obedeció entonces el retiro del referido bloqueo y la descomunal carretada de flores que se brindaron en correspondencia, como si se tratara de compensaciones afectivas.
Con todo y ello, y mientras el secretario del Transporte estatal mandaba a decir mediante un boletín oficial que se había acordado un alza para cuya autorización no había fecha aún, su jefe, el muchacho ése que es más blanco que la transparencia, lo sepultaba desde la llamada Capital Económica de Chiapas (Tapachula); una vez más, arengó: “NO al alza del transporte”, y eclipsó una célula (Rosario Castellanos, dixit).
Hace unos días, y a más de un mes de aquellas tan intransitables horas, se anunció la detención del líder transportista Efraín Miranda. Los delitos: Motín y Asonada. (Desde el Movimiento del 68 no sonaban con tantos decibeles semejantes faltas). Sin defender ni suscribir los intereses de los empresarios del transporte, indolentes ante las clases más desposeídas; mucho menos los berrinches acostumbrados por el llamado líder del “pulpo transportista”, los motivos reales de su detención no han sido transparentados. En la total opacidad, como sucedió con los maestros de la CNTE, nunca supimos bien a bien los términos en que se dieron –y se siguen dando- las negociaciones. Sobra decir que, más allá del imaginario colectivo, subyace una documentada percepción: mar adentro de la ingenuidad que confiere el beneficio de la duda, sólo podríamos volver los ojos a la tesis que sentencia que, en política, lo que se arregla con dinero es muy barato.
En fin. Se verán peores cosas, dice la Biblia.
Voz en off
Más allá del Manifiesto del Partido Comunista, los muchachos de entonces tuvimos sentido común y compromiso para defender la economía de nuestros padres y la de la comuna.
PD. A Romeo Bustamante Abadía lo volví a abrazar hace poco, después de más de 30 años. A Luis Enrique Pérez Mota me lo encontré hace muchos años en el Metro Balderas, del otrora DF. Lo abracé y lo abrazo ahora como siempre, por supuesto. Supe que fue secretario de Planeación en Chiapas. Supe también que ocupó un importante cargo en la embajada de México en Cuba.
Ambos han sido absueltos por la justicia que habita el lado azul de mi corazón.

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