OPINIONES

El Palo que Habla

Jorge Mandujano

El Universo de los Payasos Locos

A la memoria de Jesús Ortega

“El payaso es a la humanidad como el hombre es a su sombra.
Representa las crueldades y maravillas del hombre a través de la risa”:
Federico Fellini

Ni siquiera de niña me fue otorgado ese enormísimo placer de despintar la cara de un payaso a besos. No, ni siquiera el chocolate que la tía Hermisenda ponía en los labios de la abuela habría bastado para retirar de mi paladar el dulcísimo sabor a almendra esa noche en que amé al payaso Julián.
(Fragmento del capítulo II de mi novela El color de los sueños ■ Una historia de circo)
Mediaban los 70 en Tuxtla, y la muchachada crecía en mitad de un escenario de ensueño. El Circo Pascualillo Hermanos se trazaba entonces sobre los pueblos chicos, y cuya permanencia respondió siempre a las bondades o tristezas de las cosechas.
Pero en la capital, la comezón por ser “intelectual” había soslayado todo tipo de manifestación popular. Escuchar a Mozart, a Barbieri y a Brubeck, por un mandato tan parecido al de la Acción Católica, no logró inhibir la otredad. Más allá de la terapia, dominaba el prurito de las pulsiones marginales, del delirio fílmico.
Entonces, uno de los grupos más entrañables en Chiapas, como Los Dabkys, proveyó a la muchachada de parcelas amorosas que hoy día continuamos mordiendo como necesaria dosis de nostalgia.
Así, con esa banda que ensayaba por las tardes en la azotea del desaparecido Hotel Junchavín, que quedaba frente al Colegio de Niñas, en el corazón de Coyatoc, tocó alguna vez Federico Álvarez del Toro, hoy director de orquesta y grande músico.
Pero el tema está en otro parque, en otras horas, en otros ojos.
Decía que mediaban los 70 cuando un grupo de muchachos y mujeres arribaron a Tuxtlita La Bella. Hablaron con el maestro Luis Alaminos, montaron un escenario acaso propio del teatro pobre de Brecth, y comenzaron sus rutinas contestatarias. El valor agregado terminó por ser, al final del juego, que músicos como Fredy Álvarez, Rudy Maza y el bajista Alejandro Sánchez lograran mostrar los alcances de su oficio, a través de una “obra teatral” intitulada El universo de los payasos locos, una suerte de acercamiento precoz a lo que vendría a ser el performance.
No fueron, no fuimos pocos quienes alucinamos con tan rara propuesta: para nosotros, entonces, los payasos no estaban locos: habían estado olvidados.
Ya en 1970, Federico Fellini había obligado a los payasos interpretar la muerte del circo en la pista. Hecho que le valió el odio de algunos de los más entusiastas defensores de este arte.
Aún así, con todo y que para muchos la cinta de Fellini, The clowns, fue descalificada, vituperada y demás adjetivos acumulados, el mundo volvió los ojos a los “Augustos” y asumió la polisemia de las lecturas.
“El Circo otra vez nos reinterpreta, el arte nos salva, pero no a todos. Muchos ‘Augustos’ sin carpa ni arte, siguen siendo condenados por sus diferencias. Algunos se disfrazan de día y cargan con la escisión producto de la hipocresía”.
“Ser Augusto es una condición sin tregua y significa recuperar la facultad infantil de vivir la fantasía con la misma profundidad que la realidad”.
Como el pequeño de la película, Fellini reconoció en los payasos, en esos rostros de expresión indescifrable y risa de locos, la polaridad entre la impecable cara blanca y el aspecto irracional de lo humano. Consideraba a los payasos más humanos que los humanos mismos, por ser capaces de experimentar lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza sin limitaciones, de ser el burlado y el burlador y por todas esas ‘trasgresiones’ ser aplaudido en vez de reprendido”.
Pero no para todos los payasos son más humanos que los humanos mismos. En las últimas semanas se multiplicaron las noticias respecto de payasos asustando de manera indiscriminada a transeúntes en los Estados Unidos. El fenómeno migró a México, principalmente a los estados del norte.
A diferencia de los payasos comunes, aquellos usan la indumentaria acostumbrada para el caso (trajes y zapatos coloridos), sólo que con máscaras que muestran rostros desfigurados. Expresiones que da pánico soñar.
Regularmente, los payasos tenebrosos escogen la noche para atemorizar a sus posibles víctimas. Lo hacen en plazas públicas desoladas, en caminos abandonados o, de plano, en carreteras de baja velocidad.
Según Benjamín Redford, autor del libro Bad Clowns (payasos malos), este raro comportamiento no es nuevo. Afirma que el fenómeno fue observado por primera vez en la década de los 80, cuando un grupo de estudiantes de Massachusetts dijo que un payaso los estaba tratando de llamar a una camioneta.
Especialistas norteamericanos sostienen que se trata de un comportamiento llamado “ostensión”, o la personificación de leyendas urbanas. No son pocos los casos sabidos de grupos de jóvenes que se adentran por la noche en un panteón para intentar legitimar las historias de fantasmas.
Todavía hace un par de años, allá, en el gabacho, una historia se hizo viral en las redes sociales, que se traducen en el vehículo ideal para estos menesteres: surgió Slender Man, un personaje horroroso de ficción que, por fortuna, tuvo una vida efímera. Esto porque, en ese mismo año dos chicas apuñalaron a su amiga por su proclividad a Slender Man (o Slenderman), en el estado de Wisconsin.
Finalmente, Redford considera que “la imagen del payaso aterrador es perfecta para las redes sociales. Está hecha para volverse viral. Tienes algo que es tan aterrador como divertido. Es esta combinación de horror y humor, de risas y miedos”.
Humor o no, decenas de individuos han sido arrestados por la policía en la Unión Americana.
Pero el fenómeno no se ha hecho esperar en nuestro tan querido México, émulo de las machicuepas que se echan nuestros vecinos del Norte. Así, ciudades como Monterrey y Tijuana han sido pasto fértil para que grupos de los llamados payasos siniestros se den a la tarea de golpear y asaltar a transeúntes por las calles desiertas. La Tv dio cuenta de un menor de edad que escondía su rostro bajo una tenebrosa máscara y quien portaba un hacha, “para lo que se ofreciera”. En fin.
Finalmente, quienes han pagado los platos rotos son los payasos que ofrecen sus servicios para eventos especiales, en tanto buena parte de la sociedad de consumo ha montado en pánico, luego de las notas que pueblan los diversos medios de comunicación; sobre todo, los electrónicos.
En respuesta, miles de payasos han salido a marchar en ciudades como Monterrey, Guadalajara y el otrora Distrito Federal, en demanda de que cese el hostigamiento hacia su gremio.
Lejos de los días de Fellini, quien consideraba a los payasos más humanos que los humanos mismos, por ser capaces de experimentar lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza sin limitaciones, hoy, en lugar de ser aplaudidos, son reprendidos, vejados y, en ocasiones, desaparecidos.
Voz en off
En México, poco más de 75 mil payasos trabajan a diario en diversos escenarios. En fiestas infantiles, en despedidas de solteras y solteros y, ya en la última instancia, en los cruceros. Algunos de ellos han sido “levantados”, violados, masacrados. (Agencias).

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