OPINIONES

El Palo que Habla

Jorge Mandujano

Inolvidable Noche Sabinera

A la memoria de Pepe López Arévalo
A Marce
A Merceditas

Una mujer y dos hombres; un piano, una voz y una guitarra; o, si lo prefieres, un par de guitarras, una voz y una cabasa de tubo bastaron para poner de cabeza al Teatro de la Ciudad “Hermanos Domínguez” la noche del pasado viernes, en la mágica y amorosa San Cristóbal de Las Casas.
Se trataba de Una Noche Sabinera. Un concierto que vienen ofreciendo por escogidas ciudades de México los músicos (sus hermanos, que no sus músicos), amigos —y hasta compadres— de Joaquín Sabina. Hablamos de Pancho Barona, Mara Barros (quien llegó en lugar de la icónica Olga Román) y Antonio García de Diego. Para qué más.
Una Noche Sabinera es un concierto que surgió hace diez años en Barcelona, y que incluye en su repertorio las canciones que más te llegan de Joaquín Sabina, las que se han constituido en la banda sonora de muchos corazones. Y es que Pancho Varona y Antonio García de Diego son coautores de canciones como A la orilla de la chimenea, Aves de paso, Contigo, Corre, dijo la tortuga, Peor para el sol, Resumiendo, Como un dolor de muelas (con parte de la letra original del Sub-Marcos), así como de Y sin embargo. Los conciertos se dan mientras el llamado Genio de Úbeda descansa para la próxima gira por el mundo. En fin.
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Hacía un par de días que no llovía en la antigua Villaviciosa, y ahora unas tímidas gotas salpicaban el parabrisas del taxi que nos conducía al Teatro de la Ciudad “Hermanos Domínguez”. Toda vez advertido el perfil del actual presidente municipal, resultaba estéril preguntar si cabría o no la posibilidad de un mínimo bar en el lobby del teatro, para intentar quitarnos, más que el frío, la insoportable sobriedad.
Contra todos los malos pensamientos que los demonios intentan tatuar en los impolutos cerebros de las buenas personas, sí, claro que sí: allí, en el mismísimo lobby se hallaba una isla contenedora del santo trago. El menú: wisky Red Lable de Johnnie Walker; Buchanan´s y vino clericot. Y para los viciosos, refresco de lata de a 25 varos.
Antes –claro está-, no fueron pocos quienes se vieron a los ojos (aún sin conocerse), preguntándose: ¿Será posible que podamos acceder al interior del teatro con quiebre en mano?
Esperaron, esperamos, a que alguien o “álguienes” se atrevieran a entrar con vaso en mano. Pacientes, dimos cristiano trámite a la primera dosis de líquido ambarino perláceo en el bendito lobby. Cuando advertimos que familias enteras ingresaban al interior del majestuoso, pedimos —a la vieja usanza de la estirpe— “tres para llevar”.
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Ya estamos adentro. Abren con Más de cien mentiras. Y todo parece indicar, por lo vacío del teatro, que la llamada Noche Sabinera está condenada a fracasar.
Cuando llega la segunda, no faltan los verdaderos fans que comienzan a pedir la rola de sus amores, intentando quebrar la escaleta que traen los españoles. Insisten en querer mariachiarlos. Gritan hasta desgañitarse: 500 Nocheees… Y sin embargooo… Esta boca es míaaa. Pero no: ellos traen su propio guión y así lo acordaron con Sabina, quien —según sus propias palabras— “ahora descansa en Madrid”.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que “el respetable” comenzara a corear, —al unísono— todas y cada una de las interpretaciones de esos “chavales” españoles (García de Diego tiene una voz envidiable). Para entonces, el teatro lucía pletórico. Al menos, en la planta baja y los balcones frontales.
—“Puede bajar por las copas que guste”, me dice una joven hostess, en la puerta de mi palco. “Esto ya es juego legal”, alcanzo a pensar en voz alta. Y sí, porque cuando suena Sobran los motivos, el Teatro se ha convertido en lo que para José Alfredo Jiménez fuera un confesionario: la cantina más hermosa del mundo.
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Pero el dichoso concierto Una Noche Sabinera incluye una segunda —no tan buena— parte: espontáneos inscritos durante la fila que todos tuvimos que hacer para entrar en el bendito teatro, “suben” a interpretar una rola, nada más y nada menos que con “las dos manos derechas” de Sabina y su corista principal. Al final, el público habrá de emitir su voto por uno de los 5 descuadrados y desafinados participantes. En contraparte, y como mera mala leche, los músicos, émulos de Les Luthiers (Barona, Barros, De Diego), habrán de decidir, “de manera contrademocrática” (así la califica el Pancho Barona), por el ganador, quien se hará acreedor a uno de los ya clásicos sombreritos de Joaquín Sabina.
Lo bueno es que esta suerte de “Hora del aficionado” no es destacable, por intrascendente. Lo que sí habría que destacar son los dones irrebatibles en las manos de García de Diego y de Barona. Capítulo aparte merece la indescriptible por inigualable voz de Mara Barros, a quien no le costó mucho volver sus grandes ojos al sur de España, acomodar los cenzontles de agua en su garganta y obsequiarnos canciones de Sabina en versiones que se trazaron entre el cante y el flamenco.
En suma: una noche inolvidable. Inolvidable noche en donde muchos espíritus chocarreros estuvieron presentes. Hablo del Subcomandante Marcos y del mismísimo Sabina. Referidos de manera inmejorable por Pancho Barona, llamado a ser también uno de los mejores narradores orales de historias raras en su lengua.
¡¡¡Salud, por tanta luz…por tanto bendito ruido!!!
Brindo por las guitarras despeinadas,
por los adúlteros sin indulgencia,
por los pecados contra la prudencia,
por los escombros de la madrugada.
Brindo por los abuelos sin medallas
que no cuentan batallas a sus nietos,
por las abuelas que zurcen y callan,
por la acuarela, el thriller, el soneto.
Brindo por Medellín, por Guanajuato,
Isla Negra, Macondo, Guatemala,
Región, Santa María, Chiapas, Comala,
la rumba, el son, la cumbia, el vallenato.
Hoy brindo por los sabios despistados,
los parados, los santos inocentes,
los que luchan con uñas y con dientes
los que se rinden, los desconsolados.
Joaquín Sabina
(Fragmentos)

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