OPINIONES

El palo que habla

Jorge Mandujano

Adiós a los niños

He leído cualquier cantidad de comentarios en las redes sociales. Desde amas y amos de casa, pasando por empresarios, pequeños empresarios y “tendajoneros” (Patrocinio González Garrido dixit).
También he estado muy pendiente de lo que escriben, de manera puntual, “de botepronto” le llaman en el argot, mis compañeros periodistas. Mención especial a quienes han reporteado. A quienes fueron y vinieron con la nota, para luego repartírnosla como pan en la mesa cotidiana. A quienes, por espacio de 124 días, con sus noches, nos dijeron qué pasaba. Los que nos pusieron al tanto, con todo y lo más adverso de la cobertura informativa. Pienso en mi hermano René Araujo (“pero qué necesidad…”).
Pero he estado muuuy pendiente de los llamados “líderes de opinión”, tan admirados los de aquí, añadiría en mi tropezada sintaxis. Si de por sí Chiapas es disperso geográfica, social y políticamente, cómo no lo serán las percepciones.
No soy quien intente el justo medio. Lo único que tengo que añadir es que en la nada envidiable vida de los gobernantes hay periodos, como “eventos cíclicos”, que se darán de manera recurrente y que debieran reconsiderar para la llamada toma de decisiones.
En lo que tal vez podemos estar de acuerdo TODOS, es que si se iba a negociar como lo hicieron, debieron haberlo hecho antes. Y se hubieran evitado muchas penas. En fin. Las muy particulares formas de gobernar.
En este particular caso, y cuando se cumplan los plazos fatales: “Si no se cumple, no se cumple. No pasa nada”, recomendarían los pluscuanperfectos asesores del gobernador.
Pero si no se cumplen, estaríamos asistiendo a un escenario más radical, más triste y más doloroso. Al tiempo.
DEL TÍTULO DEL TEMA DE MI COLUMNA:
Adiós a los niños (Au revoir les enfants) es una película francesa de 1987, escrita, producida y dirigida por Louis Malle.
Voz en off
Lo estaban madreando al Santo El Enmascarado de Plata, y mi maestro Enrique Farrera no decía nada. El Cavernario Galindo le estaba poniendo en su máis, intentaba quitarle la máscara, y mi maestro, el mejor maestro del Sexto Grado de la Escuela Primaria “José María Muñíz”, de Jiquipilas, Chiapas, no hacía nada. Y yo estaba a punto de bajar desde las gradas del Auditorio Municipal de Tuxtla, tan sólo para echarle la mano a mi ídolo, a mi inigualable Santo El Enmascarado de Plata.
Con mi madre, la maestra Marthita Guzmán (ojo, mismo apellido que el de Rodolfo, El Santo), veníamos a la capital cada fin de semana. Mis hermanas estudiaban la secundaria en el otrora ICACH. Yo aún no terminaba la primaria. La vida se me había venido encima cuando mi madre tuvo que decidir entre abandonar su parcela y mudarse a la capital o quedarse conmigo allá, en el pueblo, si no pasaba el bendito examen de admisión.
Era una noche de verano y mi maestro de Sexto me había invitado a la Lucha Libre en el Auditorio Municipal de Tuxtla. Mi madre habría aceptado, no sin proveerme de “mi entrada, y para lo que se ofreciera”.
El maestro, considerado “el más derecho” del pueblo (y no porque caminara erguido), me había convidado al evento que siempre había soñado.
Por eso es que yo insistía ahora: “Qué, ¿no va a hacer nada? Le están quitando la máscara y usted me prohíbe que actúe. Lo van a mataaaarrrr!!!!”, gritaba yo; y el móndrigo profesor jamás me dijo que era pura “pantomima”. Allí murió su más alta calificación de honestidad.
Finalmente, El Santo se levantó y le partió la madre al Cavernario Galindo. El Santo era mi amigo. Y lo será siempre, le dije años más tarde a su hijo, El Hijo del Santo, quien junto con El Hijo de Blue Demon aceptaron la convocatoria para ayudar a los niños chiapanecos con cáncer. Pero qué necesidad.

Print Friendly, PDF & Email

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *