OPINIONES

Diocesis

¿Comunión a los divorciados?

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

VER
Hace unos treinta años, siendo aún presbítero en mi diócesis de origen, Toluca, me pidieron celebrar una Misa exequial. Antes de iniciarla, una señora, hija del difunto, me pidió escucharla en confesión. Había sido casada por la Iglesia, se separó del marido y ahora vivía con otro. Como es obvio, no podía absolverla y se lo advertí. Sin embargo, insistió en pedir la absolución porque quería ofrecer a su difunto padre su comunión, como una forma de pedirle perdón, desagraviarlo y reconciliarse con él. Lo pidió con tantas lágrimas y con un dolor tan profundo, que la absolví y le di la comunión, con la advertencia de que era la única ocasión en que podía hacerlo. Aceptó y agradeció de corazón. ¿Hice mal? Sus lágrimas eran una confesión humilde de que reconocía su pecado, aunque no podía separarse del nuevo marido. No me arrepiento de haberlo hecho. Pienso que Jesús no me regañará.
En mi actual diócesis, todos los domingos acostumbramos ambos obispos confesar durante las dos principales Misas: uno preside la Eucaristía y el otro confiesa, con otros dos sacerdotes. Muchas personas se acercan, porque saben que siempre nos encuentran. Hace como dos años, una mujer, casada por la Iglesia, separada y viviendo con otro marido, se acercó a confesarse. Desde el principio expuso su situación actual y sabía que no se podía confesar. Sin embargo, quería descargar su conciencia de muchos pecados de su pasado, algunos muy graves, que no la dejaban en paz y le abrumaban. Con lágrimas suplicaba el perdón. ¿Le debía negar esta gracia? De ninguna manera. La absolví, le indiqué que se acercara a comulgar por esta única ocasión, y que no se alejara de Dios, aunque no podría seguir confesando y comulgando. Lo aceptó muy agradecida. Quedó libre de sus graves culpas pasadas, aunque consciente de su actual situación “irregular”.
Hay muchas personas que viven en unión libre, no pueden casarse o uno de los dos no quiere; sin embargo, anhelan confirmarse, para recibir la fuerza del Espíritu. Ante la contradicción pastoral de algunos ministros, que les exigen estar confirmados para casarse, pero no aceptan a la confirmación a quienes no están casados, dimos la indicación de que, en estos casos, se acepte a estas personas a la confirmación. Antes de recibirla, se deben confesar y pueden comulgar en la Misa de la confirmación. Es la única vez que lo pueden hacer, hasta que no se casen. A algunos les ha parecido extraño este proceder. Sin embargo, no podemos cerrar todas las puertas a estas personas que sufren mucho por no estar casadas por la Iglesia, no se pueden casar y necesitan al Espíritu para vivir su fe. Preferimos equivocarnos, antes que dejar en la indefensión completa a estos fieles, con un sentido de culpa que les atormenta.
PENSAR
El Papa Francisco, con un corazón pastoral misericordioso, en su Exhortación La alegría del amor, dice: “La Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial va contra la voluntad de Dios; también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos. Iluminada por la mirada de Jesucristo, mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto, reconociendo que la gracia de Dios también obra en sus vidas. Aunque siempre propone la perfección e invita a una respuesta más plena a Dios, la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza” (291).
“Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. El camino de la Iglesia es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero” (296).
“Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren… Compete a la Iglesia revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene para ellos, siempre posible con la fuerza del Espíritu Santo” (297). “Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio” (299).
“Nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio… Pero ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Un sujeto puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa” (301).
“A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia” (305). Y pone, al pie de página, la importante nota 351: “En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor. Igualmente destaco que la Eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”.
ACTUAR
Seamos fieles al Evangelio de la verdad sobre el matrimonio, indisoluble y permanente, y al Evangelio de la misericordia con quienes aún no pueden alcanzar este ideal.

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