OPINIONES

Desde la Luna de Valencia

Teresa Mollá Castells*

Estoy enfadada con ellos, los de siempre

Hace apenas unos minutos salí a la terraza de casa con el objetivo de hacer una foto de la primera flor que se está abriendo y mandársela a la persona con la que estaba hablando en ese momento y me encontré de bruces con una procesión, con banda de música incluida y con el cáliz bajo palio paseándose por la calle.
Me acordé de Rita Maestre de inmediato y de cómo los de faldas largas y negras se apropian de espacios públicos y privados sin pedir permiso.
Si bien las calles son espacios públicos por los que transitan este tipo de manifestaciones religiosas sin tener en cuenta si molestan u ofenden con sus músicas y sus vestimentas o sus pasos de Semana Santa, hay otros espacios en los que también pretenden imponer sus creencias y es ahí de donde hay que sacarles de inmediato.
Como es bien sabido, estamos en un Estado en donde la ACONFESIONALIDAD está reconocida en la Constitución, pero la Iglesia católica sigue gozando de prebendas que a alguna gente nos siguen ofendiendo, como lo son la exención del IBI en sus edificios o que el dinero recaudado por el IRPF, que mucha gente destina a dar soporte a esta confesión, vaya a parar a mantener una televisión propia para poder seguir adoctrinando.
Otro ejemplo que también me ofende profundamente es el dinero público que se destina a dar soporte a los colegios privados que siguen segregando por sexo en las aulas, promoviendo y manteniendo de ese modo la desigualdad entre mujeres y hombres en la sociedad.
Con el modelo que llevan siglos predicando, no sólo nos colocan a las mujeres como subsidiarias de los hombres, sino que además pretenden imponernos su modelo de maternidad e incluso de sexualidad.
Un modelo en el que forzosamente el sexo ha de ir asociado a la reproducción y en el que el placer de las mujeres no sólo deber ser inexistente, sino además es pecaminoso, por ejemplo. Y quizás por ello ver a una mujer cómo se quita la camiseta y se queda con parte del torso desnudo les ofende.
No les ofende sin embargo que las mujeres sean asesinadas por ser mujeres. No les ofende que se nos viole o que se abuse de niñas y niños en sus propios centros religiosos y por parte de algunos miembros de sus congregaciones.
No les ofende seguir gozando de privilegios de la Edad Media con lujos que avergüenzan y ostentaciones que nada tienen que ver con los tiempos que corren, y con la pobreza y resignación a las adversidades que predican.
Estoy completamente segura de que, si pudieran, restaurarían la Inquisición para quemarnos a quienes les acusamos y maldecimos por seguir predicando una doctrina sectaria, clasista, misógina y profundamente injusta, sobre todo para mujeres y niñas.
Soy consciente de que estas letras levantarán ampollas y por ello quiero distinguir entre la fe en la que cada persona pueda creer y que merece todo mi respeto e incluso admiración por mantenerla, y buscar esa coherencia en sus vidas y las doctrinas que predican.
Y sobre todo la crítica va dirigida a quienes se empeñan en mantener un orden de las cosas tan extremadamente patriarcal, que es capaz de seguir aconsejando resignación y paciencia a mujeres que están sufriendo las violencias machistas de diversa índole en sus carnes y en sus vidas.
Sí, estoy enfadada, muy enfadada porque no me parece justo que se invadan espacios privados, sobre todo en la vida de las mujeres y niñas por parte de estos señores de faldas largas y negras que pretenden (y en demasiadas ocasiones lo consiguen) imponernos un modelo de vida castrante y humillante.
Estoy enfadada porque su modelo patriarcal e injusto largamente practicado forma parte de nuestra cultura y ha conseguido impregnar cada rincón de nuestras vidas, e incluso de nuestra legislación, colándose en sentencias judiciales y hasta en el propio corpus jurídico del que nos hemos dotado.
Estoy enfadada porque a Rita Maestre le han impuesto una multa de más de 4 mil euros por “cometer un delito contra los sentimientos religiosos”, mientras que quienes desde sus púlpitos predican con sus libros sagrados en la mano y desde hace miles de años, violencia contra las mujeres siguen haciéndolo impunemente.
Estoy enfadada porque de esa doctrina que predican ellos ha derivado la “normalidad” de que a las mujeres se nos considere meras vasijas reproductoras para ellos y cuando ellos lo deseen, sin tener en cuentas nuestras propias libertades y deseos.
Muy enfadada porque desde sus libros sagrados no sólo se ha fomentado la violencia contra mujeres y niñas, sino también la cosificación y por tanto la posesión de nuestros cuerpos y vidas, y la falta de respeto a nuestra consideración de personas completas y libres.
Observar desde mi privilegiada atalaya esa procesión matinal me puso delante de las narices su presencia continuada y absolutamente indeseada en mi vida de mujer libre y atea, y me ha llevado a reflexionar, una vez más, sobre la influencia que siguen ejerciendo socialmente y eso me rebela. Sencillamente no les quiero en mi vida. No quiero que la gobiernen con sus influencias.
Pero para ello no basta con dejar de ir a sus templos. No, eso ya no es suficiente. Hay que hacer visible su poder y reconocer y gritar que éste va mucho más allá. Pero, sobre todo, cuando lo reconocemos hay que rechazarlo. Porque éste es esencialmente patriarcado en estado puro que destila misoginia, desigualdad y violencia.
La transmisión de sus credos de generación en generación ha contribuido a que sus directrices se hayan incorporado a nuestro espacio simbólico colectivo y es ahí donde están alojadas. Por eso considero importante la denuncia de sus machacones ritos y dictados, porque siguen transmitiendo patriarcado e –insisto– en su estado más puro.
Como potentes agentes de socialización que son, han conseguido colarse por las rendijas de conciencias públicas y privadas y dotarlas del contenido deseado. De ese modo han normalizado la desigualdad entre mujeres y hombres no sólo entre sus filas, sino también socialmente. Y desigualdad y violencia van de la mano.
Afortunadamente mi condición feminista conlleva la de activista y, a su vez, la de llevar puestas siempre las gafas moradas para observar la realidad desde esa perspectiva que pone en evidencia cada día al patriarcado en sus múltiples vertientes.
Y ahí quiero quedarme, porque además soy consciente de que cada día somos más personas, mujeres y hombres quienes detestamos este tipo de doctrinas sectarias y profundamente injustas.
Por cierto, la flor que pretendía fotografiar sigue sin querer abrirse del todo, pero como la utopía, llegará su momento.
tmolla@telefonica.net
*Corresponsal en España. Comunicadora de Ontinyent.

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