OPINIONES

Una cruel paradoja

Yolanda Pardo

Una estampa de ternura infinita es la que muestra a los abuelos prodigando a sus nietos toda clase de mimos, que no son correspondidos después, cuando más los necesitan. Y es que ellos se han hecho mayores tienen menos fuerzas, hacen menos cosas y se van volviendo invisibles a los ojos de quienes los rodean. Ellos son omnipresentes en el hogar pero ya nadie los ve porque los demás apenas posan pie en casa, atareados con sus trabajos, sus estudios, sus citas, sus amigos, sus propios problemas.
Antes de volverse totalmente invisibles, ya resultan tristemente un estorbo para los mal agradecidos que no recuerdan que sus vidas han ido menguando como resultado de dar un poquito de ellas a cada uno de sus hijos, a cada uno de sus nietos, algunos hasta a sus bisnietos y ahora, ya casi no les queda nada. Una buena opción para todos, ya que ahora no pueden atender a los demás, vamos, ni siquiera en su totalidad así mismos, son las casas de reposo, los asilos de ancianos, en donde, por lo menos, podrán contar sus historias y convivir con gente de su edad que padece sus mismos males.
Y así comienza el principio del fin, los mayores de la casa, que antaño resolvían todo y ahora no se les puede atender, porque ya no hay tiempo ni espacio para ellos, quedan recluidos en un asilo, con personas que no conocen, con actividades que no hacían, en una casa ajena en donde todo es extraño y con cuidadores que no pueden tener el cariño que les prodigaría un familiar cercano, No les queda más que esperar.
Pena de muerte a quien no llegue a viejo, decía la escritora Ema Godoy, quien siempre vio por los ancianos y gracias a ella, al menos les dedican un día al año, cuando festejan a los abuelos para recordarlos agradeciéndoles sus cuidados, su sabiduría y experiencia que sólo dan los años vividos.
No hay entonces, estampa más desoladora, que la de un anciano dormido en un sillón, sin compañía en un asilo de ancianos, que prácticamente es la antesala del olvido y de la muerte, en donde las visitas, con el paso del tiempo se van haciendo menos frecuentes hasta que llega el día que no celebran siquiera ni su cumpleaños ni la Navidad. Sin sus seres queridos, poco les importa.
Si alguien ha visitado un asilo, habrá visto todo esto y más. Recuerdo algún reportaje que realicé en un conocido asilo de la Ciudad de México, supuestamente de los mejores. Ni los grandes jardines que lo rodeaban con hermosas flores pudieron camuflar el dolor, la desesperanza y la falta de cariño, que sufrían aquellas personas grandes. En las puertas traseras, tenían preparados un par de ataúdes, que les recordaba perenemente su inminente partida. Para mí, una crueldad innecesaria, cuya imagen no me he podido sacar de la mente. Era como apurarlos y decirles: el que sigue.
Quien tenga familiares en esa situación, lo mínimo que pueden hacer, es visitarlos con frecuencia, llevarles un pequeño presente y sobre todo, platicar con ellos un rato, para que sepan que no los han olvidado, que los siguen queriendo y que no sólo los aventaron ahí para deshacerse de ellos, porque cada uno tendrá sus motivos y su historia y los afortunados, agradecidos y atinados que conservan a sus viejos en casa, como parte importante de la familia, podrían hacer su obra buena del día, visitando a otros ancianos solitarios o adoptando a uno, no para llevárselo a vivir a su hogar, sino para reconfortarlo, dándole un poco de cariño, todas las veces que pueda hacerlo.
Mucha gente está dispuesta y daría lo que fuera por adoptar a un niño, bien porque quieren formar una familia y no pueden tener hijos biológicos o porque la quieren incrementar y tampoco se les ha dado. Otros, con verdadero interés porque uno de esos infantes de hospicio se integre a su núcleo de varios miembros, hacen un verdadero acto de amor y logran cambiar la vida de esos pequeños.
¿Quién está dispuesto a adoptar a un anciano o a pugnar por una vida digna en los asilos? Casi nadie y menos en estas sociedades en donde a los ancianos no se les ve como son, una fuente de verdadera sabiduría que si la aprovecháramos, nos sería de gran utilidad para saber vivir mejor, al contrario, ven a estos seres humanos como enseres con fecha de caducidad, los tratan de esa manera tantos y tanto tiempo, que acaban por creérsela y se vuelven mudos, sordos, sin manos y sin pies y se confinan a una silla de ruedas, ensimismados en sus pensamientos, en sus recuerdos y eso representa un insulto a sus vidas y una crueldad sin límite, en donde quedará plasmado el futuro de quienes así los tratan, a menos que…
Pena de muerte a quien no llegue a viejo…
Tanto el comienzo de una vida como el final, son importantes para la evolución del ser humano, reconozcamos, agradezcamos y ayudemos a esas instituciones, a esas personas que se ocupan de quienes casi nadie toma en cuenta y todos hagamos algo para que sus últimos años sean tan felices como su infancia.

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