OPINIONES

en la soledad

Yolanda Pardo

Ahí está, sentada en la orilla derecha de su cama, alistándose para dormir, desvistiéndose y vistiéndose, pensando en el día que pasó y si habrá más días; en sus dolores, en sus carencias en tiempos mejores, en los seres queridos que ha perdido y en los que aún le quedan. En los pendientes del mañana y en la soledad de su alma y sin querer, por sus mejillas empiezan a correr lágrimas. Es mejor dormir, Mañana… mañana será otro día.
A veces, con el nuevo amanecer, renacen las esperanzas, otras, un dolor impide pensar en otras cosas que no sean: me tengo que levantar, aunque no quiera y a empezar la rutina diaria con ganas o sin ánimo, pero hay que hacerlo.
La vida sigue. Después de la noche, el día y así con todos los acontecimientos personales, locales, nacionales o mundiales, cada quien a sus tareas sean remunerativas o gratuitas como las del ama de casa que así lo ha decidido durante años y no cambia, no quiere cambiar, total está en su zona de comodidad y no hay poder humano que logre que salga de ella. A su manera, es feliz, quizá porque no haya conocido otra forma de serlo y ya es muy tarde para probar nuevas cosas.
La rutina es su vida o su vida es una rutina, pasando los días haciendo lo mismo, pensando lo mismo, rezando lo mismo y sus acontecimientos son los mismos.
La tristeza la invade acompañada de la nostalgia de aquellos tiempos que fueron mejores, quien sabe si para todos, pero sí para ella. Algunos destellos de alegría asoman a su mente y se reflejan en su faz con una sonrisa, a veces, con una visita de familiares o al evocar los recuerdos que considera agradables pero con un suspiro, se esfuman.
Como si su vida estuviera regulada por el tiempo, observa a menudo el reloj para saber si ya es hora de guisar o de poner la mesa y otra mirada, para que no se pase la hora de la comida o de la llegada de alguna visita que espera y ya, por la tarde noche, para irse a la cama, cuando tiene además otro indicativo, la puesta del sol y la inminente obscuridad.
Sus ideas fijas, arraigadas firmemente, a veces la condenan a discusiones en las que siempre debe tener la razón, para no frustrarse. Esboza una leve sonrisa o tararea una vieja canción, cuya letra casi olvida, cuando tiene una leve satisfacción.
Un abrazo, un beso, a veces recibido con renuencia, a veces plenamente aceptado, pueden hacerla sentir viva. Las muestras de amor, el amor en sí, siempre es un bálsamo para cualquier herida, para cualquier dolencia, incluso para sobrellevar con dignidad la vejez.
La escritora francesa, Simone de Beauvier, decía: “El problema de la vejez, es que el alma no envejece con el cuerpo.” Entonces, si se cree que se pueden hacer las mismas tareas de antaño y que aún se tiene la energía juvenil, viene la frustración, el desengaño y la tristeza, ya que, como dijo Gerald Bremen, la vejez nos arrebata lo que hemos heredado, y en nuestro entorno, familiares y amigos. En este mes que por tradición está dedicado al amor, podríamos al menos suavizar las carencias de las personas mayores con pequeñas muestras de cariño y ya en este camino, podrían extenderse a los 365 días del año, y no se puede dejar pasar el título de una de las canciones más populares de John Lennon, en el que encierra una verdad irrefutable: “All you need is love”.

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