ARTE Y CULTURA

Desde la Luna de Valencia, Teresa Mollá Castells

Compañera, madre y trabajadora

Anoche mientras cenaba, casi se me para el bocado al ver un anuncio de una crema para la cara en la que la protagonista afirmaba que como mujer podía hacer varias cosas a la vez, puesto que era compañera, madre y trabajadora, y que había encontrado una crema que también podía hacer, como ella, varias cosas a la vez. Obviamente voy a omitir la marca de la crema.
Alucinada me quedé de ver cómo el patriarcado se transmuta en sus formas para continuar reforzando su alianza con el capitalismo con el objetivo de seguir vendiendo.
No es la primera ocasión en la que observo cómo la gente que se dedica a la publicidad usurpa parte del discurso feminista revistiéndolo de música y glamour, para llevarlo a sus intereses que son los de vender los productos en cuestión, y que “casualmente” siempre son productos destinados a ser consumidos por mujeres-diseño, puesto que ese es el modelo patriarcal.
Son productos con cero calorías, cremas para la cara o tortitas de maíz con sabores estupendos que ha preparado un cocinero guaperas que está de moda. Como vemos, todos ellos destinados a mantener cánones de belleza, figura y, por supuesto, para seguir siendo deseada por ellos.
Las modelos que protagonizan estos anuncios no son mujeres mayores, gruesas, con discapacidades o diversidades funcionales, en definitiva, mujeres normales.
No, todas ellas son las mujeres deseables por el patriarcado y que se deben mostrar como modelos a seguir. Modelos artificiales que llevan a muchas niñas y no tan niñas por caminos tortuosos de problemas alimentarios para llegar a ser ese tipo de mujer.
Y esto sólo con respecto a las formas de la publicidad. Si nos vamos al fondo es todavía peor, puesto que al intentar usurpar el discurso feminista, lo quieren mercantilizar y de alguna manera descargar de su parte más reivindicativa.
Se olvida esta gente de la publicidad que aparte de ser “madres, compañeras y trabajadoras” somos personas únicas y con derechos propios. Pero esa es la esencia patriarcal: despojarnos a las mujeres y a las niñas de nuestra condición de personas para convertirnos en objetos de consumo y para consumo de sus necesidades patriarcales.
Somos o hemos de ser mercado para consumir sus productos o para ser consumidas como carne en los prostíbulos, o en las calles o en cualquier parte. De nuevo la alianza entre patriarcado y capitalismo.
En el anuncio de marras se hace del todo evidente cómo nos quieren: madres, compañeras y trabajadoras. Se les “olvidó” que también nos quieren sumisas, calladas, solas y desarraigadas, y siempre dispuestas a satisfacer sus deseos de todo tipo.
También “pasaron por alto” nuestra condición de mujeres libres, con autonomía, independientes, con derecho a la privacidad y a una vida propia más allá de lo que nos quieren imponer, combativas, con criterios propios y algunas, incluso, feministas. Unos pequeños detalles que no les interesa demasiado remarcar, pero que están ahí.
Ese modelo que pretenden vendernos para, supuestamente, modernizar esquemas a algunas nos parece que es más de lo mismo pero con esa pátina de actualización que, además, pretende integrar reivindicaciones de las mujeres en el discurso globalizador y comercial que viene siendo la publicidad. Integrarlo para ningunearlo y destruirlo como ya hicieron con otros discursos.
A algunas no se nos escapa que la intención de volver a cosificarnos ahora desde una posición un poco menos doméstica y más pretendidamente reivindicativa, no es más que otra herramienta patriarcal para mantener las cosas como están, sin demasiados cambios.
Para que nos puedan ningunear, más guapas y más delgadas. Para que nos puedan explotar más pero con menos arrugas. Para que nos puedan asesinar con la piel más hidratada o nos puedan violentar de cualquier manera con una piel más tersa también. Pero eso sí, sin voz propia y a ser posible solas, porque los pactos de mujeres han de ser impedidos a toda costa. De ahí que en el anuncio siempre se hable en singular y nunca en plural.
Las alianzas femeninas siempre han sido temidas, puesto que la sororidad acaba apareciendo cuando entre nosotras comprobamos que sufrimos los mismos males y las mismas desigualdades.
Por ello es tan importante para el patriarcado dividirnos y enfrentarnos, para que no consigamos establecer un verdadero pacto entre las mujeres que perfore y destruya ese acuerdo tácito entre ellos que, a pesar de su metamorfosis aparente, sigue buscando y consiguiendo de momento la gobernanza total sobre toda la población mundial.
Despojarnos de forma sibilina de nuestra condición de personas libres es el objetivo nunca escrito de forma explícita, pero presente en muchas decisiones que van desde lo local hasta lo global.
Globalizar mercados y beneficios, pero no derechos de ciudadanía. Exportar productos y capitales, pero impedir a toda costa que nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y/o maternidades sea eso: un derecho universal que acabe con imposiciones incomprensibles.
De ahí la importancia de que en las movilizaciones de mujeres, como la que se avecina el próximo 7 de noviembre en Madrid, seamos capaces de aparcar nuestras diferencias y buscar desesperadamente puntos que nos unan.
Será una demostración de lo que somos capaces de hacer cuando anteponemos nuestra condición de mujeres, feministas o no, a los mandatos patriarcales de separación y desunión.
Somos mujeres, somos personas. No sólo somos destinatarias para el consumo o para ser consumidas. Somos diversas y capaces de todo. Somos muchas y muy comprometidas. Somos mayores, jóvenes, con arrugas o sobrepeso, inteligentes, independientes, únicas, con derechos de ciudadanía que hay que reivindicar.
Somos (algunas) madres, muchas trabajadoras, otras compañeras o esposas, solteras, divorciadas, militantes por partida doble e incluso triple, creyentes o ateas, viajeras de vida y de espacios, amigas, amantes y amadas, combativas, etcétera.
Pero sobretodo somos personas con derechos propios que, aunque pretendan arrebatarnos, se lo vamos a poner difícil al patriarcado.
Al menos esa es mi posición y en ella me voy a mantener, pese al cansancio que a veces provoca. Sentirse parte de grupos ricos y diversos de mujeres comprometidas siempre ayuda a vencer los naturales cansancios que aparecen. Descansar siempre, dejarse vencer nunca. Siempre hay una mano amiga en el momento justo.
A eso se le llama SORORIDAD y no entiende de distinciones entre mujeres. Aquí está mi mano también.
tmolla@telefonica.net
*Corresponsal en España. Comunicadora de Ontinyent.

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