OPINIONES

Apaga la vela y abre los ojos

Yolanda Pardo

Dejar la mente en blanco es un requisito (por cierto, difícil por no decir casi imposible) que nos imponen en algunas meditaciones para lograr el objetivo que deseamos obtener, además de entrar en un estado de relajación con los ojos cerrados y una posición específica de nuestro cuerpo.
Es difícil o da flojera hacer todo este tipo de rituales para obtener tal o cual cosa, mínimo, una relajación profunda y un sueño reparador.
Pero hay algo todavía más importante que intentamos obtener al meditar, repetir mantras o realizar ciertos rituales, es eso que nuestro ser interno trata de lograr cuando nos hacemos conscientes, aunque sea en parte, de quienes somos verdaderamente y de qué formamos parte. Entonces queremos la ascensión, la perfección, el estado mágico de la total felicidad, lo que algunos místicos llaman nirvana y algunos otros, el estado de Buda.
Nuestro verdadero ser aspira al estado natural de la vida, el de la no mente, en donde no existe ni el bien ni el mal, ni hay pasado ni futuro, eliminar la dualidad que nos ata y eso se da así nada más, sin necesidad de rituales.
Sobre este tema tan profundo e incomprendido, nos ilustra Martín Calbacho en Compartiendo Luz con Sol, quien afirma que la vía mística es extraña, ya que el único esfuerzo posible es no esforzarse lo suficiente para dejar que esta vía penetre lo indispensable en cada uno de nosotros y se disuelva en paz y en felicidad. Pocos lo entienden, dice, por eso prefieren inventar sistemas para abrir ciertos centros energéticos, seguir rituales y esperar fechas. De esta manera se pospone la felicidad a un momento hipotético cuando los requisitos sean cumplidos.
El místico no necesita de todo lo anterior ya que el Nirvana es el estado natural de la vida y volver a eso no requiere nada, ya que siempre ha estado ahí, sólo que no lo notamos. Darse cuenta de esto es algo de un instante. En el misticismo no hay mente, no hay futuro, no hay días ni seres más especiales que otros, sólo la vida, el aquí y el ahora.
El místico, no se denomina así por misterioso o porque esté ocultando o renegando su sabiduría, sino porque realmente es difícil de entender su verdadero mensaje, a menos que se hayan adentrado en la no mente, cuando el mensaje cambia totalmente y no es el en sí, sino lo que está tratando de ser expresado a través del mismo, lo que si se logra captar, será el atisbo de la hermosura y el misterio del Nirvana.
Explica Calbacho que el místico es alguien que ya ha despertado, que ha abierto los ojos y ha desaparecido en el Universo. Agrega que sólo el cuerpo queda, pero la persona ha desaparecido por completo. Es cuando la vida actúa y habla a través de él, por eso es difícil entenderle porque es la vida misma que se expresa directamente a través de un cuerpo y la vida puede ser algo desafiante o incomprendida por las caprichosas mentes humanas.
“El místico no se ha encontrado con Dios, no se ha reunido con nadie, para él, todo ha desaparecido, todos han desaparecido, sólo está la vida jugando y moviéndose. Sólo hay creatividad ocurriendo y tomando diversas formas, entre ellas, la humana. No hay nadie, no hay dios, no hay bien ni mal, no hay pasado ni futuro. Es difícil entenderle, su perspectiva es diametralmente opuesta a la mental egóica, ya que no cree en nada, no le preocupa nada, no es nadie, sólo es vida. Sólo es instrumento vacío para que la música que deba ser tocada a través de él, se toque”.
Cuando Buda despertó, continúa Calbacho, no llamó a su estado iluminación, ni despertar, menos ascensión, usó el término Nirvana, apagar la vela, ¿cuál?, la del ego, la de la falsa identidad del individuo como algo apartado del Universo, distinto a la existencia total.
Se apaga la vela y deja de encandilarte para disfrutar el silencio y el espectacular firmamento estrellado que antes no se podía ver. Así el místico está en el Nirvana en la experiencia más bella y dichosa a la que puede aspirar un ser humano. Es la paz y éxtasis trascendental, es saber de forma totalmente empírica y directa que se es la eternidad, jugando un juego eterno y lleno de belleza ahora inimaginable.
“Para llegar, no hay un camino ya que la mente sistematiza todo. Es trascender la mente, salirse de ella y recuperar la real identidad. No se trasciende de a poco. Es un salto, un instante y ya. No se necesitan años de prácticas y disciplinas, es algo que puede pasar en cualquier momento, sólo se necesita estar receptivo, aunque también puede suceder sin ella.”
Apartarse de los juegos del ego que constituyen parte del mundo de las formas es un buen comienzo ya que el juego debe ser jugado desde la perspectiva del jugador no del personaje que representa.
Abre los ojos, el misticismo es aquí y ahora, es algo inherente a la vida, aunque sea difícil de comprender, llegará (al menos es de desearse) ese momento mágico y trascendente que nos abrirá la conciencia para entender la vida en toda su plenitud.

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